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50 1-Vlis treinta y cinco años de Misión en la Alta Etiopía alfombradas de fresca yerba, apetitoso alimento para nuestros mulos, que bien la habían menester. Los pastores nómadas con quienes topamos en aquellas desiertas regiones, se nos mostraban muy obsequiosos, re– galándonos leche en abundancia y algún corderillo. y siguiendo la direc– cién del torrente por entre dos cordilleras volcánicas, nos encontramos al tercer día al pie del Taranta, elevada montaña que sirve de escarpada escala a la meseta del Tigré, reino al norte de Abisinia y gobernado en– tonces por Ubié. A la falda de esa imponente montaña descansamos la noche quinta de nuestra salida de Umkullu,y con El fin de prevenir el rigor del abrasado día, emprendimos la marcha muy de madrugada, caminando por entre horrendos y numerosos precipicios y tortuosas sendas, y tenien– do que hacer la mayor pc1rte de la subida a pie. Por fin, arribamos a una pintoresca meseta cubierta de verdor, como a dos terceras partes de la montaña, donde hicimos parada para recobrar las perdidas fuerzas y dejar a las besti,1s de cargéJ que pastasen en aquella fresca llanura. La vegeta– ción en aquellas alturas era espléndida y deliciosa, ofreciendo un contraste con los inmensos desiertos y quemados campos por donde acabábamos de pasar, pero también la atmósfera había trocado su temperatura, sintién– dose casi el frío, tanto que por previsión nos abrigamos. 13. Erz lo alto de la montarla: Profecía de los PP. Felicisimo y César.-Acabada la comida continuamos nuestra subida, venciendo en poco menos de una hora la cima del Taranta, desde donde contemplamos un hermoso panorama, y apareció ante nosotros de un golpe de vista la vasta e inmensa llanura de la Abisinia. Los PP. Felicísimo y César, arro– bados con la bella perspectiva de tan magnífico panorama y el aire purísi– mo que allí se aspiraba, entonaron en alta voz el versículo del Salmo 131: Haec requtes mea... y parece que el Señor les escuchó: porque de los cinco misioneros que allí íbamos, sólo ellos murieron sin volver a ver a su <1111ada Europa, falleciendo entrambos en Kafa el P. César en Febrero de 1800, y el P. Felicísimo, consagrado ya obispo, también en Febrero de 1887. 14. En Hallai: Los primeros catc5licos.--Escalada la cima de la montaña, lo demás era coser y cantar: a poco más de una hora entrábamos en Ifallai, primer pueblo de la Abisinia y punto fronterizo, desde donde nuestros guías con sus bestias de carga debían volverse. Gran consuelo y satisfacción fué para los pocos católicos de este lugar, convertidüs por el Sr. De Jacobis, hospedarnos en sus casas. Uno de ellos, abundante en ganados (señal de opulencia en aquellas tierras), llevándonos a su casa, nos presentó una gran vasija de rnrveza, de la que distribuyó en un cuerno a cada uno (1 ). Un sentimiento de natural repugnancia apareció entonces en el rostro de todos los invitados, tanto por la ~calidad de la ceryeza, todavía en fer– mentación y cargada de gruesa harina sin cerner, como por la del vaso, que, a pesar de estar lavado, 110 ocultaba sus ribetes mugrientos; no obstante el Sr. De Jacobb, venciendo su natural náusea, se la tomó, pero nosotros por ninguna manera pudimos tragarla: advertido lo cual por el (1) Los vaso:-, q1H~ :-;1H•Jpn u;o;ai•::w en aqtwl pni::- para la lwhida son tlt\ rut•rno dP htu•y 111ú-. o m1•oos perft>clamenlP lahratlos, IH'l'O :-.ir•mprP poco limpio:-- y a~('atlo:-;.

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