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Mis treinta y cinco años de Misión en la Alta Etiopí_a____ acababan de recibir. 1\lucho habíamos oído ponderar las singulares virtu– des de aquel santo misionero; pero lo que vimos con nuestros propios ojos superaba a todo elogio. Quien se hacía lenguas de su humildad, quien de su recogimiento, éste ponderaba su apostólico celo, aquél la dulce afabilidad de su trato, y todos dábamos gracias al Señor por habernos proporcionado la dicha de topar con un verdadero ejemplar y modelo de apóstoles antes de comenzar nuestras apostólicas tareas. Que Dios bendiga nuestro viaje, dije, y a nuestra llegada a Gualá rogaremos a este santo varón nos dé un curso de ejercicios espirituales, para mejor imbuirnos en su ardiente espíritu apostólico. 8. Preparativos para el viaje.--Durante los días que el Sr. De jacobis ejercía su minbterio apostólico en Umkullu, permanecimos nos– otros en 1v1assawah preparando el equipaje a las órdenes del joven Walde– Guiorguis, el cual, como más práctico en el asunto, lo dispuso en paquetes o envoltorios proporcionados, bien a la capacidad de los portadores. o bien para cargarlos en bueyes o jumentos, según la calidad de los obje– tos. Porque hase de ajvertir que en aquellos países no había que hablar entonces de carros, de coches ni aun de maletas para el transporte de los objetos, sino que todo debe ser llevado a espaldas de hombres o de bes– tias y por maletd una piel de oveja o de cabra; y esas mismas pieles, bien curtidas, suelen servir para el transporte de granos, manteca y agua. ~). Salida a tierra firme y reconocimiento del bcíl.wmo.--Espe– rábamos <1I Sr. De Jacobis en Umkullu, donde tenía dispuesto celebrar una función religiosa y la señora Degoutin una refección opípara. En consecuencia, antes del día destinado para :a partida, dejamos a Massa– wah en dirección a aquel país, poniendo por primera vez nuestro pie en el continente africano, destinado a nuestro apostolado. Celebramos Misa solemne, con los ornamentos llevados de Europa, administré varios bau– fü;mos y alguna confirmación; salimos, después de la refección, a dar un paseo por aquellas campiñas, acompañados de algunos jóvenes abisinios. Recorriendo y trepando por aquellas colinas, uno de los jóvenes arrancó una rama de cierto arbusto ya de él conocido, trayéndomela a fin de que percibiese el aroma; al verla, muy semejante a la ramita del bálsamo traída de Geda, me acerqué luego a la misma planta y obst>rvándola atentamente, desgajé algunas ramas, advirtiendo que despedían un jugo gomoso del mismo aroma que el bálsamo; efectivamente, la planta era la misma, el aroma idéntico; por consiguiente, ya no era necesario recurrir a la Arabia por el bálsamo. De regreso a casa, referí al Sr. De J1cobis el descubrimiento, y mostrándole la redomita con la rama de Ueda, hicimos la prueba con la planta que acabübamos de encontrar, observando ser en todo semejantes. El Sr. De Jacobis tuvo harto contento de ello. y fué él mismo a ver el arbusto, confrontándolo en el mismo lugar. y. conv, 0 ncido plenamente del feliz hallazgo. hizo recoger gran cantidad de ello, en– viando parte como regalo a Ifoma. 10. Interminable contrato para el viaje. Todo estaba ya dis– puesto para la marcha, no faltando mús que el contrato sobre el precio que debíamo•; dar a los portadores. negocio fastidioso por cierto en aquellas tierrns africanas y difícil de despachar. ! le :1quí la esce1rn medio ridícula a que asistimos al hacer el contrato. Puestos en fila todus los

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