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40 Mis tieinta y cinco ·años de Misión en la Alta Etíopia comprimidos,· y edtre personas desaliñadas y sin educación, hirviendo tal vez de prejuicios contrn nosotrm,, y a veces abiertan,ente enemigas. Todos estos pensamientos se present~ban con frecuencid a nuestra ima– ginación, acr_ecentando nuestros ya fundados t~mores, sin que pe11sára– mo's ni habláramos casi de otra cosa, y aun ·durmiendo soñábamos con ello. Pero, en fin, decíamos sonriéndonos; «estamos en u,1 baile y es pre– ciso bailar)); e,I niar tiene también su Señor, que es Dios, y en El debe.– mas confiar y esperar... 13. Cartas de Alejandría y preparativos para el viaje.-Abis– mados en estas preocupaciones, sorprénde11nos las ansiadas cartas de Alejandría. Contenían una orden terminante para el gobernador y el agente consular. En virtud de ella debían éstos procurarnos seguro em– barque, proveernos de todo y darnos letras de recomendación para el go~ bernador de Geda, el cual a su vez debía notificar al Gobierno en el pri– mer correo nuestra llegada. Enviáronnos también la bandera francesa con facultad de izarla,a f,in de dar a todos a conocer que viajábamos de– bajo de la protección de Francia , la cual pediría cuenta del trato que se nos diera y vengaría toda falta de respeto que se nos infiriera. En cum– plimiento de las órdenes recibidas del Gobierno, las autoridades de Suez pusieron a nuestra disposición la mejor embarcación que encontraron en el puerto contra las protestas y reclamaciones de los que la tenían ya contratada; y para mayor seguridad declaráronla oficial para el servicio público de correos con facultad de izar en nombre del Gobierno las dos banderas, la francesa y la egipcia. Hecho esto, el gobernador preparó las sacas del correo; Fr. Pascual, con el citado maltés, hizo las necesarias provis iones para el viaje, y los demás escribimos las cartas de despedida anunciando nuestra salida de Suez. CAPÍTULO VI EN EL MAR ROJO 1. El paso del mar Rojo.-Amaneció el día de nuestra partida. En presencia del gobernador y del Agente consular Sr. Costa se hizo el contrato de una barca para el pasaje. El capitán de la barca cargó nues– tro equipaje y a eso de las diez de la mañana levó anclas, despidiéndo– nos de Suez. A medida que entrábamos en alta mar, que las olas se le– vantaban furiosas y bramaban los vientos y la barquilla saltaba como una avellana , el temor nos encogía y la sangre se helaba en las venas, nues– tra .~onversación enmudecía. Los marineros , muy avezados a estos aza– res y vaivenes del mar, se reían de nosotros, y tal vez para sus adentros dijeran: Mal/ores cosas veréis. Pero el Señor nos favoreció, dándonos un día de bonanza, y haciéndonos luego a aquel modo de navegar, fui– mos tranquilizándonos y reanudamos la conversación que recayó , como es natural, sobre el paso de los israelitas p0r el mar Rojo, que debi ó ser poco más o menos por aquel mismo lugar por donde íbamos nosotros.
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