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38 Mis treinta y cinco años de Misión en la_A_lt_a_E_t_io~p_ía_____ éste se declaró heredero de la parroquia mediante no sé qué cantidad que pagó a su obispo . Pero no era esto sólo; sino que aquel joven diácono se quedó también con la mujer del Pope repudiando sin escrúpulo a la suya propia. Ya en la fecha en que nosotros visitamos esta iglesia se contaban entre las gentes diversas historietas con motivo de las frecpentes visitas que el joven diácono hacía a la casa del Pope, pero en el 1850, a mi re– greso a Roma por asuntos de la Misión, vi todo aquello confirmado. Y a fe que aquel joven nunca me pareció ningún San Luis Gonzaga . Tuve con él varias conversaciones y encon tré siempre en él un corazón duro y rebosante de odio sectario contra nosotros. «Los latinos, decía, pretendeis dominarnos, pero eso jamás lo consentiremos. Sois además dignos de compasión . El Papa os prohibe las mujeres; nosotros en cambio,- nos hemos emancipado y hoy nos gloriamos de esa libertad». Estas y pareci– das expresiones son prueba inequívoca de la inmoralidad y petversión de su corazón. Tenía escuela de griego y de árabe para jóvenes de ambos sexos, y de su moralidad en ella se contaban graves y no pocos abusos, por más que su padre, persona muy autorizada, imponía silencio a todo. 8. La fuente de J\1oisés.-No lejos de Suez brotaba una fuente de agua salobre que no era potable, pero se la utilizaba en el servicio y lim– pieza de las casas. Para beber se servían de otra agua que brotaba de la llamada Fuente de .Moisés por creerse era la que el gran Legislador del pueblo de Dios hizo brotar en el desierto para saciar la sed de los Israeli– tas después del paso del mar Rojo. Su provisión se hacía por barca a tra– vés del mar y se distribuía luego a domicilio mediante su correspondiente cuota diaria que había que pagar. A nosctros no_s la ofrecieron gratis los primeros días, pero después hubo que soltar la bolsa y aun solicitar la recomendación del gobernador para que nos proveyesen de ella. 9. Quince días de refraso.-Cuando quise partir de Suez, el go– bernador me negó su permiso diciendo que como se trataba de un obispo, era incumbencia exclusiva del virrey permitir la entrada en la Abisinia, y eso no sin pagar antes un tributo y llenar ciertas formalidades reque– ridas; pues la Abisinia era de la jurisdicción del Sultán y por tanto tam– bién del virrey. Respondile que no !:iiendo yo obispo copto, sino latino, destinado por mis superiores al país de los Gallas, no podía estar yo obli– gado a eso5 tributos ni a cosa ninguna de esas formalidades, tanto más cuanto que la Abisini a no era punto de mi residencia , sino sólo lugar de tránsito para el país Galla. Pero el gobernador, azuzado tal vez por los mahometanos, se cerró en banda y me negó su firma, teniendo que acudir al Cónsul General francés de Alejandría y a Mons. Delegado, lo cual me originó quince días de retraso en el viaje. 10. Una mujer que enguUe monedas.-AI salir de la casa del Go– bernador, vi detrás del portón una pobre mujer anciana, medio desnud& y amarrada a una fuerte argolla de hierro. Pregunté a nuestro maltés el por qué de aquel castigo, y él, conocedor práctico de las costumbres del país, me refirió que en Egipto se cobra un pequeño tributo persona l, aun de los pobres, si se les prueba que poseen alguna cosa. Dicha mujer te– nía por oficio recorrer la población con un cesto en un brazo recogiendo trapos, huesos y otras cosas por el estilo. Hacía ya muchos años que

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