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134 ___0is treinta y cinco años de Misión en la A}E faiop_ía______ en ese tiempo Lll1 esclavo joven del Goyam, a quien los musulmanes habían corrompido y sujetado al yugo ominoso de brutal esclavitud. Li– bre ahora de tan duras cadenas, volvía a su patria bajo la protección y recomendación del Cónsul francés, Sr. Fresnel. La triste relución de su lurga esclavitud me conmovió; he aquí una sucinta memoria: Era el afio 18-tG, un sacerdote hereje abisinio emprendió una larga expedición por lo:s territorios del Beguemeder y el Goyam. recluta11do jóvenes de ambos¡ sexos para hacer una solemne peregrinación a Tierra Santa. Fructífera fué su labor, logrando reunir ingente muchedumbre de peregrinos, que él mismo condujo a la playa cerca de Nlassawah. donde embarcaron en dirección a jerusalén; dos días estuvieron detenidos en el puertc. y ya a bordo, sin saber el por qué de esa misteriosa detención. Por fin, el sa– cerdote abisinio director de la peregrinación, so pretexto del olvido de un negocio urgente, salta de nuevo a tierra con la promesa de que regre– saría al momento. Pasan horas, y el presunto sacerdote no aparece. En– tretanto el capitün del barco da orden de partir contra las protestas de los tripulantes. que se esfuerzan por convencerle de la necesidad de aguardar unas horas müs, pero en vano; el barco va avanzando lenta– mente, la tripulación se agita, amenaza y prorrumpe en gritos lastimeros; pero ¿quién podía escuchar sus lamentos lanzados al aire en la inmensi-– dad de los mares? ... Entonces el capitün, arrojando su máscara y levan– tando airado su !Migo, les dice: Nadie se mtieva de su sitio. si no quiere experimentar los rigores del castigo. Todos desde este 111omellto quedúis esclavos míos. Yo 0s tengo comprados a ese a quien creéis sacerdote abisinio. que en realidad no es otro que un tratante. ¡Qué desengaño y qué ilusión! Los gritos y ayes lastimeros hendían vanamente los aires, sin que eco alguno clt> esperanza repercutiern en sus oídos. La desespe– ración invadió todos los ánimos. y el llanto desgarrador ele aquellos in-, felices no conmovió el corazón endurecido de su amo. En el puerto de Cieda fueron de nuevo puestos al mercado y vilmente vendidos al primer p1Jstor que se presentó, siendo su fortuna diversa, según el dueño que a cada uno le cayó en suerte. El joven de quien vengo hacienfo memoria, vino a manos de un pa– sajern indiano que lo trató benignamente, y hasta le dió esperanzas de adoptarle por hijo; esperanzas que no vió realizadas. porque a los pocos días le entregó a los santones del célebre santuario de la 1v1eca (1 ). 11. /11orzstruosidad musulmana. - Bien quisiera sellar n,is labios y cegar la pluma para no decír ni escribir lo que es monstruoso aun el pensarlo. Pero es mi intento de-;enmascarar las vergüenzas de la religión· nnho neta na, oprobio y baldón del género humano. y sembrar en el co– razón de mis lectores la manzana del aborrecimiento contra esa irracio– nal religión que tantas almas pierde para la eternidad. Aquel joven, de (]) Es pl'úelica eomunnu•ntr- usada cnlrt.• los eomereiaulP~ musnlmancs, que recnrrt 1 ll las Indias y el Afrira OriP,ntal, traPr consigo t•sclavo:-. para ofre-rrrlos en don ul. lc1nplo de la Kaaha. si Psos esdayos son cl'istianos, son rN·ihidos t•n l!t' templo con10 el mas prpciado l 1·ofr-o; no solo por su hermosura corporal, muy s11periol' a ta de los úrnhe:-;, sino qtw tam..; hien, y principalrnPnlc, porqtH• son de earaclcr mús ardit'{ÜP i·n conformidad con el mons- 1 rnoso 1lrstino ,¡ur- IPs dan; y :-.i por d1~sg-rat'1a ahrazitn r-I h-damismo, con dificultad lo abandonan, y SUPien ser su~ nut:-; l'anúlicos e ineansahh•~ propagaílore:-;. J

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