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es por el guía que nos acompañaba en esta aciaga aventura, habríamos perecido sin remedio. 7. Entre pastores. ·-Bajaron las aguas y enjugó el camino, y echando de nuevo la carga al pollino continuarnos el viaje. En breve dimos con las cabañas de unos pobres y sencillos pastores, que nos aco– gieron con cariño regalándonos leche en abundancia y algún corderillo para nuestro recreo. Sentí mucho en esta ocasión no entender el dialecto de estas sencillas gentes, que a juzgar por la exterior apariencia se hallaban en inmejorable disposición para recibir la enseñanza evangélica; no obstante. valiéndome del guía todavía pude dirigirles alguna sencilla exhortación, que no llegaba a sus oídos mác, que a medias, porque el in– térprete las reproducía a su talante sin hpíritu ni aliento de vida eterna. Ocurriósele a mi intérprete la humorada de decirles que yo era hermano de Abuna jacob (nombre con que designaban a Mons. De jacobis), y esa idea, junto con el afecto que yo les demostraba. engendró en ellos tan hondo respeto y sincero cariño hacia mi persona, que de no mediar la ur– gencia de mi viaje, permaneciera entre ellos algunos días. a fin de con– quistarlos para la religión verdadera de Cristo: ¡Tan importante papel juega el aspecto del Misionero, cuando se presenta en nombre de Dios! 8. En Umlmllu. - Al cabo de otra jornada pusimos pies en Umkullu, el primer p 1 rnto de partida, y perteneciente a la Misión de M.assawah, donde ne esperaba impaciente el presbítero indígena n. Gabriel, de quien ya hice mención en estas mis Memorias. En esta ocasión tuve la satisfacción de estrechai· también entre mis brazos a un nuevo operario t~vangélico de estas misiones, P. León de Avanclwrs, saboyano, y me notificaron la inminente llegada de un segundo misionero, P. (.iabriel de Rivolta, piamontés. No es para decir la honda satisfacción que en mí dejaban la venida de estos nuevos apóstoles a ensanchur el reinado de la reiigión católica en estos áridos desiertos de la Abisinia, pero ahora sentía salirme el corazón de alegría al verme entre los míos. libre ya de tantas preocupaciones, enredos y lazos como me tendieron mis PIH,migos en el trayecto de la expedición al corazón de la Abisinia. Contúh;!les por menudo las peripl'Cias de mi azaroso viaje, las conquistas que para el reino de Dios había hecho, y las penalidades. acíbares y tribubciones que en ese tiempo hube de dPvorar entre gentes incultas, sospechosas y de malas costumbres. También escnché se·1sacionales noticias de hora de mis compañeros. que rnusaron en mi ünimo la impresión rnn;-,igniente. La muerte del Cardenal C:1puchi110 Mons. Mícar:1; la elección del nuevo General de la Ordlc11, que recayó en mi antiguo Lector. Reven'ndísimo Padre Venancio de Turín, y las acibaradas circunstancias porquP atrave– saba el Sumo Pontífice Pío IX con motín> del violento asalto al Quirinal, la precipitada fuga a Gaeta, y su triunfal regreso a la CirnLld Eterna entre los vítores y aclamacion,~s entusiastas del pueblo católirn. Todas estas cosas y otras de menor interés fueron las impresiones qtw a mi re– greso del et'ntro de la Abisinia recibí. D. El prosélito Estebarz.--·Entre los muchos amigos que nw espe– raban en esta ocasión 110 puedo m:cnos de lwcer mención dl' rn1 :mtiguo catectírnl'no llamado Esteban. oriundo de Grecia v cismático l'll religión, que desempeñaba el oficio de cónsul de lnglah:rra en Umlrnlln, y era

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