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130 el espanto que se apoderó de mi, que hasta un año después el recuerdo me hacía temblar. 4. Incendio erz una vasta regirjrz. --Salí del bosque y entré con rnis criados en una vasta meseta exuberante de vegt'tación y cerrada en to– das direcciones, sino es un estrecho sendero trillado, única salida de aquella inmensa espesura. La yerba, matorrales y zarzas de que estaba sembrada la superficie cubrían nuestras cabezas. y éranos preciso cami– nar por entre tanta male 7 a dejando aquí y allá jirones de nuestro vesti·· do. A la sombra de esos matorrales se crían y guarecen muchedumbre de serpientes, fieras y otros bichos dm1inos, pavor de los trnnseuntes, y el légamo que de tanta maleza se forma en Olasiones de las freetkntes llu– vias es una sentina de corrnpción y fuente dl, mias1m1s pútridos y deleté– reos, origen de muchas fiebres y otras enfermedades. No tienen aquellos paisanos otros medios para librarse de tanto mal que prender fuego en todas direcciones cuando ven la yerba St'Gl y en sazón p,1ra que sea pasto de las llamas. Pre,·isamente aquella misma ma– fian,1 comenzaba ;¡ arder toda la vasta región que atran•sübamos. Pero como qui,'.ra que Ju mañana era tr<111quila y el ftwgo clejübase apenas entren'r a lo lejos por negruzcas colunmas de humo y alguna que otra llamarada. seguíamos nuestro camino cun la espen111za de salvar la me– seta sin rie;,go de ningún g('nero. Una furiosa oleada de viento de una l'streclw cañada vino a resol\'el' en 1111 abrir y cerrar de ojos la suerte de aquella e.spesa y vasb región. Avi\·ó ch: tal manera el incendio que en 1111 instante nos vimo, corno l'll un mar de llamas rodeados de fuego por todas partes. Asustados y despavoridos huí111os a todo corrl:'r por entre aquel horno de llamas, hasta bajar a 1111 úrido y desierto arenal, salva– guardia cll: nuestras personas. El pobre jumentillo fué quien pagó el pato e11 esa ocasión, pues como el fnego apremiaba y sus piernas no eran tan ligeras, hubo de sufrir diversas q11emaduras en las patas y en la cola. Lo que daba pavor. sobre todo, 1~ra11 los horribles saltos que daban las serpientes acompañados de espantosos silbidos; algunas seguían en pos de nosotros en confusa desesperución y otras corrían de acú para ,illü sin poder escapar de aquel lago de fuego. \Tí a una de ellas que daba horri– blt,s saltos entre las llamas, cayendo siempre en el fuego donde, por fín, quedó carbonizada. 5. Un príncipe aventurero. En esta ocasión tropezamos con un cue.rpo de aventureros que al mando del príncipe Deyaché Escetn hacía continuas correrías por aquellos campos, dignos de mejor suerte. Es eso una plaga endémica en la Abisinia. Aborrecen el trabajo y aman la hol– g-anza; mas como el cuerpo pide lo que ha menester, échanse en tropel por los campos, pueblos y aldeas entrando a saco por doquier. No domi– na allí otra ley que la de la fuerza bruta, y en cada región se proclama un rey (mejor diríamos un cap1tún de bandoleros), porque el único ali– ciente de todos es vivir a costa del bajo pueblo a quien explotan, escla– vizan y matan. De ahí el continuo sobresalto en que vive la gran masa del pueblo y el abandono por ende en que deja la agrirnltura y demás fuentes de riqueza. No quiero rebajar a las naciones europeas al nivel de la Abisinia; pero cuando veo los arteros manejos de esos partidos políticos que pu-
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