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126 l\lis treinta cinco años de 1\\isión en la Alta Etiopía --'------- orientales, hay que proceder co11 delicada cautela y miramiento. Y jamás dt"jar vislumbrnr la intención de convertirlos a la fe católica hasta que hayan manifestado con claridad y confianza todas bs llagas de su cora– zó11. Entonces es la ocasión de insinuarse suavemente en su vuluntacl y tras la simpatía vendrá por sus pasos la sincera conversión a l,1 verd,1de– ra fo católica. 7. f:'ntrcuista con uno de los espías del obispo Salama. Llegó el día de partida, y despidiéndome del P. Justo, no sin haber antes con– venido en el punto en que nos voh-eríamos a ver, emprendí la marcha protc 0 gido por la tranquila oscuridad ele la media noche y en compc1flfa de los dus crindillos que se pusieron a mi disposición. De lfog pas{> a Doqua ',ig11iendo el camino de \Vagará, liannwno y \Volkait. En \Valduba existe uno de los mús célebres monasterios de la Abisinia, que contr:1 mi vo– l!mbd tu ve que pasar por alto sin poder admirar sus bellezas; porque habían venido precisamente a visitarlo 1111 grupo de escolarPs del partido de mi perseguidor Salama. quien tenía tmnbit~n en la población sus espías para dar alcance a Abuna Mesías. Tuvit~ronle entre sus garras, ppr·o se les escabulló ck entre las manos. gracias a la ProYidencia divina que ve– laba sobre mí. En fin, me percaté a tiempo del riesgo que corría. y con prndencia y maña salvé el peligro. So pretexto dl'l calor sofocmte que hacía rehusé alojarme en rns,1 a pesar de las instantes súplicas que me hicieron, y elegí quedarme al raso a dormir por no exponerme a las mo– lestias de la noche de marras de las chinches. Pero cuanto müs uno huye del peligro tanto nuís, a las veces, da de bruces en él. Y ahora esqui– vando la boca deí lobo. el lobo mismo se me echaba encima. Aqmcl mismo paisano de quien rehust'. el alojamiento, qu<c por lo visto era el mismo espía de Salama. vino hacia mí, y so cap:1 de ofrecerme pan y leche co- 11enz6 una retahíla de preguntas, sacando ,1 colación el espinoso asunto del destierro de Abuna Mesías, que temí quedar entre sus garras pri– sionero. ·· iPara dónde camináis? me dijo. -Me vuelvo a mi país, le contesté; el que viene ;iquí a hacer fortuna, la yerra de medio a medio. Con dinero. tod,1vía se podía hacer algo; pero el que viene, como yo, sin un céntimo, lejos de hacer fortuna, pier– d(• nquí hasta la salud, que es lo müs precioso. Con que me vuelvo a mi tierra. Allí siquiera no me faltará un mal mendrugo con que pasar la vida. Esto dije con la esperanza de alejar de allí a aquel buen paisano, que me tenía en penas, por el temor de ser descubierto; pero no fué así, porque aquel b11e,1 hombre continuó sentado a mi lado y hablando de lo que a mí más me dolía. -El obispo Salama, siguió diciendo, está sumamente enojado con Abuna Mesías; porque, a pesar del destierro, ha vuelto a la Abisinia, y pasando por Góndar, se dirigió al Goyam, y quizás al Xoa. y aun corre que ha de volver por Góndar. -·-·Sí, efectivamente, dije con aire de indiferencia; en el camino supe que venía en nombre de Ras Aly un enviado con letras para el goberna– dor de Gondar para que éste lo hiciese acompañar hasta lVlatama; y al ¡rnsar por \Vaganí tuve noticia de que se le esperaba allí muy en bre\'e. A

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