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Traducción del M. R. P. Marcos de Ese-alada 121 ----- --•--------- ------- --- van cediendo los del otro, yendo el pasajero en el aire y suspendido de la maroma, aunque sin tocar las aguas. Al aproximarse al medio del cauce el peso del cuerpo, vence y encorva la soga. y es el crítico mo– mento en que el miedo hiela el corazón y los cabellos se ponen de punta. pero no hay peligro, con tal que no falte la fuerza y pericia de los tira– dores. Acaece a las veces, que por una pesada broma aflojan la maroma. y, naturnlrnente. llegan los pies a tocar la corriente de las aguas, vi– niendo espontáneo a la boca el grito desgarrador de San Pedro: d)omi– ne, salva nos, perinms>;. En fin. a falta de pan, buenas son tortas. y no habiendo otro puente por donde pasar el río, hubo que someterse a esta caprichosa traza. inventada por los indígenas. No obstante, antes de en– tregarme a la suerte. quise ver pasar a otros, y cuando advertí la relativa seguridad hice mi paso. Para aviso de cuantos se hallen en casos seme.– jantes, debo decir que no conviene en esas ocasiones dar muestra alguna de temor ni de desconfianza, y mucho menos de disgm,to o enfado, porque pudiera costarle caro; y siempre es prenda de mayor seguridad la promesa de una buena propina, sobre la cuenta ordinaria acostumbrada en estos casos. Ni es prndente el hacer el vado a nado; pues un explora– dor francés, que por no someterse al de la maroma, ensayó aquel vado, desapareció entre las aguas, devorado por algún cocodrilo de los que abundan en aquel río. CAPÍTULO XV CAMINO DEL BECiUEMEDER 1. lVlemorias de tuw ,wche.---Pasado el río, no sin una respetable dosis de miedo. echósenos encima la noche obligándonos a parar en una pequeña aldea que hallamos de paso. Carecíamos de tiendas y buscamos una casa para alojarnos durante la noche. Después de muchas pesquisas acertamos con una medio derruida y abandonada de sus dueños. Cena– mos, preparamos una yacija (especie de cama hecha de cuerdas entrete– jidas) y nos echamos a descansar. En la casa no había otra luz que la de la fogata del hornillo. No bien se apagó el fuego cayó sobre nosotros tal lluvia de chinches que creímos nos comían vivos. Allí era de ver la ba– talla sin cuartel por ambas partes. Las muertes se sucedían en crecido número; pero, peor para nosotros; porque el hedor era insoportable. Nunca una desgracia viene sola. Y a esta se juntó otra plaga, quizás más molesta; una inundación de pulgas capaz de levantar en el aire al más pesado e insensible. En fin, hubimos de luchar a brazo partido con todos aquellos bichos, y, por último, nos dimos por vencidos. Verdad es que de ellos quedó sembrado el campo de cadáveres, pero a nosotros nos pusieron hechos una criba; y no tuvimos otro remedio que levantar la cama y acostarnos al raso, donde pudimos descansar un poco. 2. El monje Abba Desta. --El presbítero Abba Ennatu, a quien yo había enviado al Goyam, trabó en sus viajes amistad con un venerando

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