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Traducción del M. R. P. Marcos de Escalada 119 cias para el caso. Eran precisamente los tumultuosos días de la revolu– ción del 50, en que acababa de declararse República bajo el gobierno de Luis Napoleón, a quien importaba un ardite el bienestar de la Abisi– nia y de Ras Aly; pero aun en el seno mismo de la Abisinia crecía oculto un nuevo conquistador, el emperador Teodoro, que levantándose en armas, consiguió en un abrir y cerrar de ojos, dar al traste con el casti– llo de naipes de los proyectos ambiciosos de Ras Aly. Emprendí, pues, mi viaje a Europa, guardanJo siempre mi incógnito por temor a las emboscadas de Salama; mas esperé unos días. a fin de hacer los preparativos del viaje y cuanto era menester. Rm, Aly y el Sr. Bel escribieron cada uno un buen número de cartas, y cuando todo estaba listo, eché a andar. 2G. La mona cBerentu».--Tenía el Sr. Bel una mona domesticada. que por sus raros instintos, era el divertimiento de cuantos allí entraban: llamábase «Rerentu»; cmmdo en esta ocasión su amo se sentó a escribir las cartas que yo debía IIPvar a Europa, ella, apostada en un rincón de la casa, observaba diligentemente todo cuanto su amo hacía y revolvía en aquel su escritorio, atestado entonces de sobres y papéles en abun– dancia. Terminó el Sr. Bel su laboriosa t?rea, y dejando las cartas ya arregladas sobre la mesa de escritorio, vino a toda prisa a darme aviso del feliz coronamiento de su largo trabajo. Pero ... ¡lo que hace la des– treza de los monos! aquella mona. tan erudita y educada, tuvo una de las suyas, y quedando duefia del cotarro, sube a la mesa y tomando entre sus ufías y dientes todo aquel fúrrago de papeles y cartas, comenzó a jugar con l,llas hasta dejarlos hechos afíicos. Sin acabar la desdiclrnda fae1rn, se acercó a donde c;u amo se encontraba, masticando todavía algu– nos de los r,,tazos que se le habían quedado entre los dientes. fücil es conjeturar la rnra que ll· pondría s:1 amo al darse cuenta de todo aquel trabajo deshecho: montó en c<ilera y corriendo tras de la malaventurada mona la hubiera hecho trizas a 110 estorb.írselo algunos de los circuns– tantes que salieron en defensa del repugnanfr animal. Por fin, la dejó con vida, pero no quiso volverla a ver delante de sí, yendo a parar a manos de uno de los d.' mi sequito. 27. Des{1raciado fin de la mona. -Las trnvL•suras ridículas de este animal. eran por algún tiempo la diversión de cuantos venían ,~n la compafíía; pero al fin y a la postre, todos se fueron cansando de sus mo– nadas y meditaban alej:irla de lcllos sobre todo por las libertades y jue– gos poco decentes que se permitía. Tanto los llenó sus repugnantes muecas. que cierta noche. al ;1cercarse el animal a uno de los soldados de la caravana, éste sacando una aguja albardera. se la introdujo hasta el cornz(m. No necesitó nuís la desgraciada 111011a. Se retiró en silencio. y al día siguiPnte, infectá11dosele la herida. murió sin que la mayoría de mis acompañantes nos percabíramos del motivo de su muerte. Cuando a mi llegada a Europa supe bis de;;cabelladas teorías que co– rrían entonces t·ntre los modernos sabios acerca del origen del hombre, haciéndole proced(•r del mono, dije para mí:-- Aseguro qlh~ éstos no han visto jmnüs 1111 1110110. de lo contrario. se avergonzarían de echar fuera semejantes ridículas teorías. Aquí viene de perlas aquello del sagrado libro: dfomo, cum in honore esset, non intellexit, comparatus est ju-
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