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Traducción del i\l. R. P. i\1arcos de Escalada 117 arriba hice mención, que había dado mnerte a su propia mujer en cinta. La sentencia fm~ de muerte, condenándole a la pena del talión. e:-,to es. a morir aplastada su cabeza por su propia hijastra. Tres dias de tregua se dió a los parientes del asesino para entregar el e precio del rescate>>, que eran dosciento- talen-;, cantidad que logniron reunir merced a la pú– blica beneficencia que !es favoreció. Pero llegándose a la presrncia de la joven para ofrecerle, no doscientos, ~ino trescientos talers, ella los rehusó diciendo: «Sangre quiero, y no precio de sm~gre. Aplastada la cabeza v' morir a mi madre, y aplastada quiero ver ahora la dt' ese mi mal padrastro>. A las reiteradas ofertas de mayor cantidad de dinero que le hacían, respondía siempre con altanería y firmeza: cSangre quiero y no precio de sangre>. No hubo, pues, otro remedio que ejerntar la ;;entencia. Era de ver la conmoción universal de todo el pueblo ante este ,;uceso. Unos d(•sataban su lengua en admiración y alabanza de la sangui– naria joven, otros la vihtp('.raban viendo én ella el corazón de una hiena insaciable de carne humana. Por fin, ejecutada la búrbara sentencia u manos de la inconsiderada joven, fué ésta aclamada y past•ada en triunfo por sus admiradores, quienes compusieron cantos en su honor en memo– ria de suceso tan horrible, los cuales vinieron a ser la canción fa\·orita y oblig,,da de las gentes de toda aquella región. Embriagada la joYt'n con aquel ambiente saturado ·e vítores, aclamaciones y enhorabuenw,. soltó el freno de la moderación y del recato, entregúndose a los mús deplora– bles desórdenes a que le convidaban sus corrompidas compaíiías. Por mucho tiempo fué el juguete de la soldadesca y demás gente maleante que merodeaban aquen'a comarca, hasta que consumida por el veneno del vicio y licenciosas costumbres, cayó en la mús degradante abyección y deshonrn. Un mes desprn:s, al emprender mi viaje de regreso del Guyam, ,-,e me presentó entre el cuerpo de ~oldados que por orden del príncipe venían a acompañarme. Rech:ict'., como es nat11rnl, tan libertina compa– ñía; pero fijútlllornc en su exterior aspecto no parecía la misma; los vicios y licenciosas costumbres habían minado la salud de su cuerpo al par que corrompieron hondamente su corazón. Ignoro cuúl sería su sw,rte final. pero a juzgar por estos precedentes, de temer es haya sido en extremo desgraciada. ~~- La pena del taíirin.- En mi leal sentir, la ley del talión es contraria a las ensetlm1zas del Evangelio que nos manda amar hasta a nuestros propios enemigos. y eso es precisamente una prueba müs de la infinita sabiduría que rebosa en la ](•y de gracia; pero traüíndose de pueblos bárbaro~;, para quienes no existe el freno del temor de Dio;; que les tenga a raya, o de gobiernos débiles y sin autoridad para poner un diqUc: al torrente desbord,1do de las humanas pasiones. la pe1w del talión creo sea el tínico sostt'~n de la moralidad pública y del respeto a nuestros semejantes. Sin ese freno. los pueblos búrbaros o las sociedades :-,in re– ligión, no vienen a ser otra cosa que antros de fieras, dondt' cada cual medita hundir a su rival, que lo es todo aquel que se opone al desahogo de los propios apetitos. Y eso precisamente es lo que le va a pasar a Europa. Hoy en día las 1iaciones europeas se V,:n apartando de Dios y admitiendo en su seno toda casta de ideas malsanas y su1wersivas que l:1s arrastran a ía sima de la barbarie y de la corrupción müs profunda.

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