BCCCAP00000000000000000000476

110 Mis treinta y cinco años de Misión en la Alta Etiopía iglesia cien veces mejor que aquel célebre santuario. He ahí por qué podía yo, sin mentir, afirmar que ni en Roma mismo había iglesias seme– jantes. Aquellas pobres gentes piensan en su ignon,ncia que no hay más mundo que el que pisan sus pies, ni más arte que tejer un techo de paja. 8. El ::,r. D. juan Bel: Ceremonial de visita.-Entretanto habían llegado a oídos de Ras Aly noticias de nuestra venida y envió al punto a nuestro encuentro a un maltés, amigo suyo, llamado juan Bel. Como buen maltés era afecto al catolicismo, si bien él no tenía más que una tercera parte de católico; porque aunque su madre pertenecía a la reli– gión católica, su padre era protestante, y protestante había sido su edu– cación. Como quiera que sea, él venía en nombre de Ras Aly, y eso bas– taba para que nosotros le saludáramos con todo el respeto debido a un enviado del príncipe. Anunciónos que el príncipe Ra5 Aly nos esperaba con impaciencia, y determinamos presentarnos enseguida en su tienda en compañía del referido maltés. Durante el trayecto fué dándonos lección de ceremonias, indicándonos minuciosamente todo cuanto era costumbre hacer en tales visitas. Y a fe que se lo agradecí. Entre otras cosas es muy de notar esta: Mirad -nos dice-, si os hiciere preguntas acerca de la si– tuación de los reyes y grandes Je Europa, guardaos muy mucho de darle siquiera pie para sospechar que son más poderosos que él, porque le da– ríais uno de los mayores disgustos. Otra cosa os advierto, y es que no manifestéis vuestra cualidad de obispo, porque está creído que un obispo _lo puede todo, hasta resucitar muertos, y como hace poco murió un ín– timo suyo, es seguro que si llega a sus oídos que sois obispo, os pedirá que lo resucitéis. Me detengo a referir estas menudencias para dar a co– nocer la índole de aquellas pobres gentes, y como en el fondo de su sim– pleza encierran gran dosis de orgullo y presunción, creyéndose en todo superiores a los más encumbrados del mundo. H. Campamento de Ras Aly.-Entramos, por fin. en el campamen– to de Ras Aly. Era una verdadera ciudad de varios kilómetros de perí– metro; ofrecía el aspecto de un extenso cementerio egipcio sembrado de templos funerarios por la muchedumbre de tiendas que la poblaban. Ha– cianos de «cicerone» el citado Sr. Bel, quien nos iba indic,1ndo la pro– piedad y el dueño de cada cual. Aquella tienda --decía-, es de Deya– ché Goyo-Zaudie, la otra de Deyaché Kasá, príncipe de Dembea (el fu– turo emperador Teodoro), la de más allá de Aligraz Berrú, y así sucesi– vamente. íbanos dando razón de todas cuantas rodeaban aquel vasto campo. La tienda de Ras Aly ocupaba el centro, y alrededor de ella se levantaban las de la servidumbre y los soldados. 10. Visita y retrato de Ras Aly.-En mi visita a este príncipe, pude observar bien de cerca su índole y carücter, cerciorü:idome de sus convicciones, gustos y preferencias. Era de estatura ordinaria y de edad como de unos cuarenta años: bien conservado, gruesote, pero proporcio– nado, de hermosas facciones y hasta simpütico. Gustaba de criar y cuidar por su propia mano a diversos animales que le servían como de distrac– ción, así que siempre tenía cerca de sí a varios de ellos como perros, gatos, monos, caballos y otros semejantes. Pero lo que llamaba podero– samente la atención era su excesivo cariño a los niños. Tenía siempre a su lado una patrulla de ellos, les hacía frecuentes regalos y los sentaba

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz