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Traducción del M. R. P. Marcos de Escalada 109 ------- G. Las hienas y los budas en el Goyam.-Todas las tardes al caer el sol daba comienzo un horrísono concierto musical tan molesto y desesperante que no nos dejaba prender los ojos en toda la noche: eran los aullidos espantosos de hienas que en número considerable invaden el país, y aun creo yo que sea éste su país originario. Como quiera que sea, ello es que nos daban una lata soberana. Y no esl que temiéramos daño alguno de ellas, porque en general no acomete aL-hombre, y sí a los animales domésticos, principalmente al jumento y al níulo. Con respecto a esa fiera corre entre el vulgo extraños prejuicios y consejas que no dejan de ser curiosos. Creen firmemente sea ella uno de los tantos brujos o budas como infestan el país, y conforme a esa gene– ral creencia refiérense historietas y cuentos los más ridículos e inverosí– miles. No me detengo en reseñarlos. Pero no quiero pasar en silencio que por un quítame allá esas pajas, le toman a cualquiera por uno de esos infelices ministros de la mentira, y como a tal lo persiguen y lo someten a penas muy duras. Quédense, pues, advertidos los forasteros que ten– gan que viajar por esas tierras (1). 7. Ciudad y santuario de Devra- Worll.----En los alrededores de esta ciudad tenía Ras Aly su campamento, y a él venía dirigido yo desde lejanas tierras y en busca de su protección para hacer segura mi entrada en el territorio Galla, punto de mi destino. A la caída de la tarde tocaba yo las puertas de la ciudad después de larga caminata que me traía en penas. No quise en aquella hora molestarle por ser intempestiva, y me entretuve visitando la población y sus alrededores, que por cierto me gustaron. Tiéndese mansamente por las laderas de una pintoresca colina, en cuya cima está situado el célebre santuario que lleva su nombre. Nada tiene de interesante su visita, pues consiste en simple y sencilla choza de paja y barro. Me invitaron a saludar al Sumo Pontífice, jefe de toda la tribu levítica, aun en lo civil, y le encontré sentado, como es costum– bre, entre los grandes de estos países, en una gran alfombra de pieles extendida sobre el pavimento de un gran patio. El saludo y recibimiento fué de lo tmís frío y desatento que darse puede; pero, con todo, segui– mos sus indicaciones que nos invitaban a sentarnos a su lado sobre sen– das pieles tendidas a estilo del país. Nada interesante ofreció el cuadro de nuestra corta conversación, sino sólo una curiosa pregunta, digna de consignarse, porque por ella vislumbramos la vanidosa hinchazón de su ánimo, y cuán pagadas están aquellas pobres gentes de sus miserables viviendas. -¿Habéis visto, me preguntó, nuestro célebre santuario? --Sí, le contesté. Le visité ayer farde. --¿Tenéis en vuestro país iglesias tan bonitas como esta? -A fe que no, le respondí con aire de ironía; ni en Roma mismo puede haber iglesias como esa. En efecto, aquella era una miserable choza, y en nuestros países no hay pueblo, por pequeño y olvidado que esté, que no tenga una modesta (l) HPfiriéronnie varios C'asos, rn los cuales alg-unas personas ftwron sometidas. a pro– ceso, pagando eou la pena de munle, culpas que estaban muy lejos de haber eometido. Sin ir n1ás lrjos, yo rnisn10 tuve que ser una vez e~cudo de rlefensa de algunps de rsns p1:rsonas en el país Galla, y gracias a n1i proleeciún se vieron lihre~ de semejante pena.

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