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108 Mis tteinta y cinco años de Misión en la Alta Etio~ía__ día de que una de las mujeres era atacada de dolores de parto. Muy pronto quedó todo en sosiego, porque aquella infeli"'. mujer se vió madre de un momento a otro. Ni hubo que lamentar mayores percances, porque a la hora y sin otro inconveniente, colocada la criatura en un cestillo, prosiguió la mujer su camino cargada con su hijo a la espalda. El hecho no necesita comentarios, pero es en verdad notable y digno de admirar la diferencia de lo que en semejantes casos suele aconte-:er en los pue– blos de Europa. Murho pueden influir la diversidad de clima y la alimen– tación, pero no poca parte ha de tener en ello lo estragado de las cos– tumbres de nuestros pueblos. 5. Un leopardo avezado a carne !zumana.-La presencia de un ejército de soldados abisinios suele ser en aquellas tierras señal inequí– voca de mal agüero, pero esta vez fué motivo del general regocijo. Vea– mo, el por qué. Hacía tiempo que venía notándose la desaparición de algunas personas de la ciudad, sin dar con el infortunado autor de tama– ño atentado. ¿Cuál no sería su sorpresa ,11 saber que el infausto ladrón era un bestia feroz, que abriendo su madriguera en los alrededores de la población, acechaba con disimulo las salidas de los pacíficos moradores y se los devoraba al asalto. Un pánico g::neral había invadido el ánimo de aquellos desgraciados, ansiando por momentos la venida de un fuerte libertador que les librase de tanta desventura. Fué éste el ejército de Gebrú. Expuesto el caso al príncipe, dió orden al instante de que salie– ran todos sus soldados en busca del feroz animal que tan horrible matan– za se permitía. También el pueblo en masa a.:ompañó armado al ejército en esta interesante cacería. Situados en las afueras y dispuestos en orden de batalla, comienzan a descargar a diestro y siniestro, con el fin de desalojar de su guarida al fiero animal. Por fin salió, y arremetiendo todos contra él con una verdadera salva de escopetazos, lo dejaron mor– talmente herido. Aun pudo la bestia coger entre sus garras a uno de los perseguidores, a quien dejó mal parado, pero defendido éste por los com– pañeros, lograron quitar la vida al voraz enemigo. Sacado fuera y reconocido por todos, vieron con sorpresa que se tra– taba de un leopardo. Causó extrañeza a la verdad, pues jamás se había oído que semejante fiera acometiese al hombre para devorarle. Otro caso semejante tuve ocasión de ver después en Lagamara de otro leopardo que se acostumbró igualmente a carne humana. Y es cierto que general– mente no suele acometer al hombre, si no es en grandes apuros de ham– bre, pero desgraciado del pueblo en cuyas cercanías mora, si una vez llega a gustar la carne humana, porque pierde el respeto que natural– mente le tiene y no ansía alimentarse de otra cosa que de esa carne (1 ). Verificada felizmente esta interesante cacería, la población de Dembe– cha quedó enhorabuena y celebró fiesta extraordinaria y con ellos el ejér– cito de Gebrú, que se divirtió a su costa varios días arreo. Por fin, le– vantamos el sitio y seguimos la marcha hacia el Goyam. 11) LlúmasP alli PI lPo¡rnrdo Ohho (sPi10r), y Siammani (ll'je,lor). El primero <IP esto;; nomhrl'S se lo dan por el ternor que lrs infurnle la fiera, y el st>g-nrnlo, Pstriba f•n la creencia: ::rrrwral dP 11nr trnlos los in1luslriales, y Pn Pspeeial los trjedorPs, son brujos o lwchicPros,. fo!-i etialr-s s<• trag-an vivos a los hornhre:-;. En r::;to s(' parPet'" rsla co.nsrja a la tpw corrP en 1H1Ps.h·n país, dr los ~saca1nantPeas)>,.
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