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_1_06___Mis t~i!Jta y cinco años de Misión en la Alta Etio_p_í_a_____ día en lo más ardiente de la riña aquella mujer enfurecida por los malos tratamientos hechos a su única hija, se desató en injurias y maldiciones contra su amante y los hijos de éste, y por fin, desesperada, no dudó en increparle a que la quitara la vida, antes que martirizarla de esa manera en su querida hija; esto decía al mismo tiempo que dejaba caer su cabeza sobre una gruesa peña, diciendo: Ven, aplasta mi cabeza, si quieres, que yo jamás cederé. ¡Ojalá no lo hubiera pensado!. porque como lo dijo así sucedió. Aqud desalmado padre y mal marido con entrañas de hiena, toma un grueso canto en sus manos y ardiendo de coraje descarga sobre la cabeza de la infeliz tan duros golpes que la dejó en el sitio deshecha, cometiendo dos delitos, el de uxoricidio y el de infanticidio, pues aquella mujer estaba en cinta. 20 Leyes de la Abisinia sobre semejantes casos.--Las leyes de la Abisinia conservan generalmente la pena del talión, es decir, que todo aquel que a hierro mata a hierro muera. No le quedaba, por consiguiente, a aquel desgraciado que expiar con la muerte el bárbaro crimen cometido. La manera y forma como esto se lleva a cabo en Abisinia es de lo más cruel e inhumano que darse pueda. Veamos. El pariente más cercano del interfecto es sobre quien cae el derecho de la ejecución de tan duro cas– tigo. Llámase allí ese derecho «derecho de sangre)). Se concede también una especie de indulto al criminal, y es mediante una suma de doscientos escudos que éste ha de pagar al pariente de la víctima, y eso se llama «precio de sangre>). Es evidente que así el derecho como el precio de sangre en el presente caso, pertenecía a la única hija de la interfecta. Quisiera referir por menudo todas las circunstancias de esta forma de castigo, pero corno ese caso se enlaza con otros hechos que voy refirien– do, lo dejo para más adelante. Pasemos ahora a otro asunto. CAPÍTULO XIV EN EL GOYAM 1. Entrada en este territorio.---Corté en mi capítulo anterior el hilo de mi sencilla narración a orillas del Nilo, contemplando sus azuladas aguas y echando cálculos sobre la distancia de allí hasta sus fuentes. Reanudándolo ahora, hay que decir que partiendo del Nilo, donde es pe– ligroso morar mucho tiempo a causa de los febriles miasmas que suelen a su orilla desarrollarse, subirnos otro tanto como habíamos bajado, admi– rándonos siempre la espléndida vegetación de aquellas colinas, oteros y cañadas. A medida que íbamos subiendo, desfilaban ante nuestra vista pueblos y aldeas como nidos de águilas colgados de las peñas. Pues las gentes de aquellos países huyen de las tierras llanas y de los valles, que son frecuentemente teatro de sangrientas guerras y escogen para su mo– rada los sitios más escarpados y agrestes. 2. Destrozos en los campos.--Repetidas veces he dicho que el soldado abisinio es temible por los robos y destrozos que suele causar en

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