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104 Mis treinta y cinco años de Misión en la Alta Etiopía por la posición que ocupa. Hoy, en cambio, no cuenta más que con un millar de habitantes y su fuente de vida está en ser uno de esos genera– les santuarios abisinios de que repetidas veces tengo hecho mención. A eso debe su existencia y su relativa importancia, pues por ello goza del privilegio de inmunidad y de asilo. 16. Alegre serenata.-A nuestra llegada, en compañía de todo el ejército, los habitantes de Quarata salieron a recibirnos, ofreciéndonos todo cuanto habíamos menester, sobre todo en pan y carnes con abun– dancia. Comimos satisfactoriamente a cuenta del pueblo, y como estó– mago satisfecho convida a cantar, los soldados armaron una rondalla que no terminó en toda la noche. Allí era de ver cómo manejaban toda suerte de instrumentos músicos, semejantes a nuestra guitarra y acordeón y otros semejantes. Lo malo fué que al ruido acudieron toda clase de gen– tes de la «non sancta», y se convirtió la fiesta en oprobio y escándalo público. Levantamos por fin la tienda y bordeando la orilla del lago por la parte del Surdeste, continuamos hacia el Mediodía, no lejos de la ribera izquierda del Nilo Azul, donde acampamos. 17. Ccilculo sobre la altura de aquella región.-Los soldados construían y formaban a toda prisa el campamento, y entretanto el Padre Justo y yo discurríamos acerca de la altura del terreno que pisábamos. Por ninguna manera quiero asegurar que nuestros cál::ulos fueran exac– tos, pues carecíamos de instrumentos adecuados para ello; pero echába– mos nuestro cuarto a espadas sosteniendo que nos hallábamos, aproxi– mad2mente, a unos dos mil metros sobre el nivel del Mediterráneo. En apoyo de este nuestro cálculo, hacíamos el siguiente razonamiento, fun– dado en el curso del Nilo: Las aguas, decíamos, naturalmente siguen siempre la depresión del terreno; ahora bien, suponiendo una distancia determinada del río desde el punto de su observación hasta sus fuentes, y dando a esa distancia un promedio proporcional de un metro por legua de descenso del suelo en todo su cauce, mas computando después las curvas, cascadas y demás accidentes ordinarios del terreno, teníamos exacta la susodicha cifra. Para esa suposición no nos faltaba fundamento; sabíamos que desde el punto en que estábamos hasta Alejandría, tarda– ban en llegar las aguas un par je meses (sabido es que la famosa creci– da anual del Nilo comienza aquí en Junio, y hasta Agosto no la veían en el Cairo). En cuanto a los accidentes del terreno no teníamos, en verdad, otros datos que los indicados en la Geografía y las referencias de los indígenas. Pero ellos eran suficientes para la seguridad más o menos aproximada de nuestros cálculos, y cuando menos indicaban nuestra so– licitud y cuidado por enterarnos de todo lo que de alguna manera ilustra al misionero católico (1). 18. Ruinas di'.' puentes.-Emprendida de nuevo la marcha, dimos en breve vista al Nilo. Desde una altura de cien metros contemplamos la corriente de sus azuladas aguas, recreándonos un tantico el bullicioso murmurio que subía de su ancho cauce. Bajamos a su orilla y topamos (1) Aunque hnhii•ramos tenido a mano instrumentos propios para hac<•r esas mc,lidas, no nos hahriamos sPrvido de- PIios; pues los indigenas, tomándolos por ohjPlos supPrsli .. eiosos, hu hieran t1nlratlo en sospecha de alg-ún mal agiiero. Ya Pn otras ocasionP~ aconlPriú esto mi~1uo.

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