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102 Mis treinta y cinco años de Jvlisión en la Alta Etiopía ··-··--····-·--··-- ... - --· - - Hase de notar uw, cosa muy singular, y es que al dividir en trozos las víctimas, uno de los muchachos pronunciaba en alta voz el nombre propio de aquel trozo de carne (cada parte de carne tiene su nombre) y al punto el príncipe df.lba la orden de llevarlo a su destino. Lo mejorcito solía tocarnos a nosotros. He aquí indicadas las faenas de cada día en la construcción de los campamentos al aire libre. 13. Ciudades de una nuche.--No hay para que decir que a este jaez se construye en un abrir y cerrar de ojos una población, que a las pocas horas quizá queda deshecha con mayor presteza con que se levan– tó. Porque al lado de esas tiendas generales que dejamos descritas, cada soldado suele construir para sí una pequeña choza donde descansar al abrigo nocturno. ~u contextura es por demás endeble y sencilla: unos troncos de madera mal cortados y peor labrados hincados en tierra y atados o clavados unos a otros forman el recinto o pared. Hacen después un tejido de hierba y hojarasca y colocándolo en forma piramidal. tienen la cubierta o el techo. He ahí todo. No es, pues, extraño, que al levan– tar el campamento, todas ellas queden de un golpe deshech,1s. Es muy frecuente topar en el trayecto y al borde de los caminos con restos de semejantes poblaciones. Con todo, el daño que con motivo de la cons– trucción de semejantes guardillas suelen los soldados hacer en los puntos donde posan, es incalculable. Creo haber dicho ya que el soldado abisi– nio es como un furioso ciclón que todo lo arrasa. Cuando se desparrama por el campo para hacer el corte necesario de madera y hierba para las rasas, se pone como loco. Armado de hacha o machete corta y raja a diestro y siniestro, sin miramiento alguno, pisa y destroza los sembra– dos, da en tierra con toda suerte de arbustos y plantas que encuentra al PilSO, cuando no le da por arrasarlo todo prendit;ndole fuego. Y ¡desgra– Ciado, si el campo es el de su enemigo! Entonces no se contenta con los sembrados y plantas, arremete a roso y velloso con todo, y personas, casas. gan:idos, pueblos enfrros, todo cae hecho trizas al golpe de su furirisa espada. Muy diferente es la manera de proceder del soldado de otras regiones. El de Xoa, por ejemplo, es mús comedido y juicioso. Como quiera que en su aldea se dedica a la agricultura y S'.tbe por expe– riencia los sudores que cuesta al labrador recoger un puñado de grano parc1 vivir malamente, respeta los sembrados, y en ocasiones como esas se guarda muy bien de causar daño a sabiendas en los campos. Pero el abisinio, que en su casa es un zángano, cuando ve abierta esa puerta de disolución y pillaje, lo celebra con horrible mortandad y exterminio. Y ahí está la clave del enigma de por qué la mayoría del pueblo abisinio abandone sus tierras y se aliste por soldado. No quiere trabajar el cam– po, y los pocos que lo intentan no recogen nada por la general rapiña de los más, de ahí que prefiere los azares de la guerra al tranquilo repo– so de sus hogares. 14. En Quarata. Extraiio recibimiento.-Era el tern'r día de nuestro viaje cuando dimos vista a la población de (~uarata. Imborrable será siempre la huella que dejó en mí la memoria de esta ciudad. Desde su suelo redactó el Sr. D. Antonio D'Abbadie la famosa carta a la Sagra– da Congregación de Propaganda, que fué como mágico resorte para la fundación de esta Misión entre los Gallas.
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