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96 Mis treinta y cinco años de Misión en la Alta Etiopía ::.u nombre pudiera alguien sospechar en algún maligno ardid dh1bólico, y así lo creían cándidamente aquellas pobres gentes; pero en realidad, no había nada de eso, sino que todo era obra de la misma naturaleza. En efecto, las aguas en su constante avidez de arribar a su centro natural, que es el mar, habían ido socavando vivamente el cauce propio en busca de otra salida más rápida, y logrando horadar la piedra del fondo, se abrieron paso por debajo de ella, yendo a salir a una baja depresión del terreno que a no mucha distancia se encontraba; y hete aquí constituído el puente natural que los indígenas atribuyéndolo a la fuerza oculta del genio malo, de110111inaron ((puente del diablo;), 25. Poblaciones 1•istas a vuelo de pcijaro.-Durante la marcha fueron desfilando ante nuestra vista pueblos, ciudades y regiones de que no puedo dar más que noticias vagas y generales. En la región o tribu de los Horro-Hajmano reinaba cierto príncipe, tío materno de Ras Aly, por nombre Aly-Bábola, y en la de los Uorra-Kalo reinaba también otro tío de Ras Aly, llamado Berrú Lubó. Visité solamente a este último, con la esperanza de tenerlo a mi favor en la realización de mis designios con respecto a !a entrada en el Xoa, en cuyo límite me encontraba. 26. Religión de estos prlncipes !I de sus pueblos.-En todos estos territorios dominaba el más ciego fanatismo musulmán, y sus prín– cipes eran los mús fervientes santones de su religión. Una sola excepción se encontraba en el poderoso Ras Aly, pero en cambio, su Corte era un hormiguero de mahometanos. Ras Aly fué siempre un príncipe de exce– lentes cualidades. Cristiano por nacimiento y educación, llevó siempre enhiesta la bandera de su fe cristiana y favoreció en cm;nto pudo a la propagación del Cristianismo; pero sus parientes y los empleados de su palacio eran todos fanáticos secuaces del visionario Mahoma, y persegui– dores por ende, de todo resurgimiento cristiano, y en este sentido tengo que decir que Ras Aly prestó un triste y menguado servicio a la Abisinia. Muy distinta conducta observó el valiente conquistador Teodoro cuando hubo tomado las riendas del Gobierno de Abisinia. Tacháronle de cruel y déspota, pero lo que hay de cierto es que no se dejó dominar de los ladinos empleados de la Corte y los destituyó de su empleo, logrando con esas enérgicas disposiciones quebrantar por entero el ciego fanatismo de la raza musulmana en Abisinia, que hacía más de medio siglo venía haciendo jirones la religión cristiana de esos pueblos. 27. El príncipe Berrú·Lubó: Sacerdotes apóstatas.-No quieró pasar adelante sin dejar consignadas aquí las rarezas y etiquetas ridícula,¡ que observé en mi visita a este príncipe, en Ainamba. Entré en el pala– cio y topé al punto con un grupo de cortesanos que al verme torcieron rabiosamente su cabeza y fruncieron el ceño con señales inequívocas del disgusto que mi prese11cia les producía. Haciét~dome el desentendido, pedí audiencia y se me concedió, pasando al punto a la sala de visitas. Muy en breve escuchamos la voz de una persona que oculta detrás de una gran cortina nos hablaba. Era el príncipe Berrú-Lubó, que por conse– jo de sus cortesanos, fanáticos musulmanes, no daba audiencia a ningún europeo. sino bajo un impenetrable velo, a fin de no verlos ni ser visto de ellos: y aun llegaba a tal extremo de soberbia e hipocresía refinada,

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