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hechos acaecidos y que perduran siempre", hasta obligarle a ex– clamar: "Yo ya no puedo más. Me siento morir de mil muertes a cada instante. Siento que me devora una fuerza misteriosa, íntima y penetrante, que me tiene siempre en un dulce, aunque doloro– sísimo deliquio". En aquel capuchino, que sangraba por cinco heridas, padecían alma y cuerpo. En la carta del 18 de octubre de 1918 declara que ha pasado y que sigue pasando "horas terribles y tristes; física y moralmente me causan la muerte en todo momento". Busca a Dios, a un Dios escondido, deseoso de encontrarlo a toda costa. El Dios que busca sólo le sale al encuentro en la crecida de su furor, llenándole el alma "de una extremada turbación y amargu– ra". Siente su alma "volcada" sobre el "cuadro claro" de su mise– ria y se le muestra en toda su maldad e ingratitud, que le conde– nan a vivir dentro de su incapacidad. Ya. en la carta del 5 de septiembre de 1918, anterior a la estigmatización, confesaba al P. Benito que había pedido, desde sus primeros años, un doble conocimiento: el de sí mismo y el del Dios de bondad. Era aquella misma pregunta que se transforma– ba en sufrimiento y éxtasis para San Francisco: "Señor, ¿quién sois vos y quién soy yo?" Dios había escuchado la petición del P. Pío y le había llevado, en el período que precedió a la estigma– tización, "a la plenitud de·este conocimiento experimental". Los dos "cuadros opuestos" -él y Dios- le aterraban con el contras– te de él, criatura "vil e indigna", y el Todo, reconocido "en todo lo que vale y lo que es". Esta visión de contrastes le turbaba y le sumergía "en un mar de fuego", le llevaba hasta el delirio, sacán– dolo fuera de sí. Llegará a escribir el 13 de noviembre de 1918: "Mi monstruo– sidad se presenta repugnante ante mi vista, lo mismo que ante la del Dios-Pureza, y ante la de cualquier hombre. Me aborrezco y me odio". Mientras tanto buscará "afanosa y desesperadamente al que de continuo hiere y sigue llagando sin dejarse ver": busca del Sumo Bien, que el buscador denomina "vana". En pocas palabras, el P. Pío escribe que "todo, cuerpo y alma, está puesto a sangre y fuego", a la espera de ver a su Dios, a su Todo, tal cual es. Esta prueba "está llegando ya al límite". "A causa de estas búsquedas vanas" sufren alma y cuerpo, en tanto que a este dolor se suma "el pavor de la soledad", que casi le quita "la fuerza para vivir". Pero hay que seguir adelante: "Mi 98

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