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que "el tormento" experimentado en la estigmatización lo siente "de continuo, casi todos los días", añade: "La herida del corazón mana constantemente sangre, sobre todo desde el jueves por la tarde hasta el sábado... Muero de dolor por el tormento y por la confusión consiguiente, que siento en lo íntimo del alma. Temo morir desangrado, si el Señor no escucha los gemidos de mi pobre corazón y no aparta de mí este fenómeno". Las señales externas -justamente porque no fueron deseadas y mucho menos provocadas- le causaban confusión. Al mani– festar su propia crucifixión, el estigmatizado confiesa que se siente confundido y humillado, hasta el punto de gritar para verse libre de las señales exteriores que le confunden y humillan, sin que por eso quiera verse privado del sufrimiento interior. En la misma carta insiste, dirigiéndose a Dios: "Justo es el castigo y recto tu juicio, pero al fin ten misericordia". En una tan "dura y cruel amargura", pide al P. Benito "una palabra de alien– to". También otras personas estigmatizadas pidieron a Dios las librase de las señales exteriores de las heridas, como Gema Gal– gani y Verónica de Julianis. A esta última Jesús le dio a entender que no pensase en eso, porque en sus designios las señales exte– riores, además de ser un bien para muchas almas, servían para renovar la fe y el recuerdo de la pasión. En el estigmatizado de Pietrelcina no existe miedo al dolor; más bien quisiera "embriagarse de dolor". Del dolor, que atenaza alma y cuerpo, hablará en la carta del 24 de noviembre de 1918, mezclando a un tiempo amor y dolor: "Qué espina tan punzante siento en medio de mi espíritu, que me causa espasmos de amor día y noche. Qué dolor tan acerbo el que siento en las extremida– des y en el lado del corazón. Todos estos dolores me tienen en un constante deliquio, el cual, todo lo que tiene de dulce, lo tiene de doloroso y agudo... En medio de tanto tormento me siento fuerte para pronunciar el doloroso fíat". Y seguirá escribiendo expre– siones humanamente contradictorias sobre elfiat, que es "dulce y amargo a un tiempo", que hiere y sana, que llaga y cura la herida, que mata y da .vida. Insistirá en los tormentos a los que llama "dulces", "insoportables y amados"; en las heridas, también ellas "dulces", dolorosas y que son un bálsamo para el alma. En la carta del 20 de diciembre de 1918 continuará hablando del "tormento" que siente en el alma y en el cuerpo "a causa de 97

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