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sentidos, interiores y exteriores, lo mismo que las facultades del alma, se encontraron en una quietud indescriptible. En todo esto hubo un silencio total en torno a mí y dentro de mí. De pronto me penetró una gran paz y abandono ante la privación completa de todas las cosas y un descanso en ese mismo despojo. Todo esto sucedió en un instante. Y mientras todo esto se estaba realizando, vi delante un mis– terioso personaje, semejante al que había visto la tarde del 5 de agosto, que solamente se diferenciaba en esto: que tenía las ma– nos, los pies y el costado manando sangre. Su vista me causó terror. No acertaría a decir lo que en aquel momento sentí. Me sentía morir y hubiera muerto si el Señor no hubiese intervenido para sustentar el corazón, que yo no sentía latir en el pecho". El informe continúa describiendo los efectos de la dolorosa visión: "La visita del personaje se fue y yo me di cuent.a de que manos, pies y costado, estaban traspasados y manaban sangre. Imagínese el tormento que padecí entonces". Aquel 20 de septiembre era viernes, el día en que crucificaron al Señor. Todo aquello ocurrió entre las nueve y las diez de la mañana. Poco después de lo acaecido, preguntado por su convecino don José Orlando, el estigmatizado se expresó así: -Me encontraba en el coro dando gracias después de la misa y sentí que poco a poco era llevado a una suavidad siempre creciente que me hacía gozar mientras oraba,· aún más, cuanto más oraba mayor era el gozo. En un determinado momento me hirió la vista una gran luz y en medio de tan gran luz se me apareció Cristo llagado. No me dijo nada, desapareció. Cuando me di cuenta, me encontré en el suelo, llagado. Las manos, los pies y el costado sangraban y me causaban un dolor tal que no tenía fuerzas para levantarme. A rastras me trasladé del coro a la celda, recorriendo un largo corrfdor. Los padres estaban todos fuera del convento, rrie metí en la cama y recé para volver a ver a Jesús; pero después entré dentro de mí mismo, miré mis llagas y lloré, derritiéndome en himnos de .acción de gracias y de pe– tición. D. Orlando describe así al estigmatizado que le habla: "Su rostro se trasformaba, temblaban sus labios, el pecho anhelante, sus ojos brillaban de luz y de lágrimas". 93
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