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fuego ardentísimo". También Teresa de Lisieux escribe acerca del javelot de feu. El P. Benito deshace las dudas del transverberado P. Pío, que considera el fenómeno como "un nuevo castigo". El 27 de agosto le escribe que cuanto ha ocurrido "es efecto de amor, es una prueba, es vocación a corredimir. .. Dominus tecum. El, el amor paciente, penante, arrebatado, descaecido, pisoteado y estrujado en el corazón, en las entrañas, entre las sombras de la noche y sobre todo por la desolación del Huerto de Getsemaní, está con– tigo, asociado a tu dolor y asociándose el tuyo... El hecho de la herida lleva a cabo tu pasión como llevó a cabo la del amado en la cruz... Besa la mano que te ha traspasado y adhiérete dulcísi– mamente a esta llaga que es sello de amor". Está de acuerdo con esto también el P. Agustín, que ya el 24 de agosto le había escrito: "Jesús, desde la tarde del 5 de agosto a la mañana del 6, te dio otra prueba de su especial amor. La herida espiritual de aquel celeste personaje es una prenda del amor que Dios te tiene. ¿No has reflexionado que el 6 era la fiesta de la transfiguración de nuestro Señor? Jesús ha querido no sólo transfigurar tu espíritu, sino herirlo con una llaga que solo él podrá sanar. ¿Cuándo? Cuando le plazca; si le place tenerla abier– ta hasta que te llame a sí, fiat ". El P. Pío, transverberado por el celestial personaje, sigue viviendo, aunque se ve "sumergido en un océano de fuego", y aunque constata que "la lucha es enfurecida". En carta del 5 de septiembre informa: "La herida que se me abrió de nuevo sangra y sangra de continuo... Lo excesivo del dolor que me causa la herida, que está siempre abierta, me vuelve furioso a pesar mío, me saca fuera de mí y me lleva al delirio, y yo me veo impotente para resistir". Con la herida que "sangra de continuo" porque "está siempre abierta", el capuchino, "sumergido en un océano de fuego", vive de un amor violento, ardiente, irresistible, en el pleno ejercicio de su sacerdocio, sellado con los estigmas espirituales. Vive en la soledad de un convento, en una región pobre de Italia, en la vertiente meridional de la desnuda montaña del Gargano. Esta montaña, rocosa, agrietada por barrancos y cavernas, se extiende hasta las aguas del Adriático. Pero su_soledad -como la de los santos- está siempre po– blada: de Dios y de almas. 88

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