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pena que martiriza el alma", el P. Pío recibe -como recompensa misteriosa, que se sale de los esquemas humanos- el don místico de la transverberación. Es él mismo quien nos describe lo que ocurre en la tarde del 5 de agosto y todo el día 6 de 1918, "período de superlativo martirio". "Estaba confesando a nuestros muchachos la tarde del día cinco, cuando de repente me sentí lleno de un grandísimo terror a la vista de un personaje celestial, que se me presenta a mi inteligencia. Tenía en la mano un objeto semejante a una larguí– sima lámina de hierro con la punta muy afilada y de esa punta parecía salir fuego. Ver todo esto y darme cuenta de que ese personaje arrojaba con toda violencia dicho dardo sobre el alma, fue todo uno. En ese instante lancé un gemido, me sentía morir... Este martirio duró, sin interrupción, hasta la mañana del día siete. No acierto a decir todo lo que sufrí en ese tiempo tan luctuoso. Hasta las vísceras me parecía que me las arrancaban y dilaceraban en pos de aquel dardo, y que todo era llevado a sangre y fuego. Desde aquel día siento que estoy herido de muer– te. Noto en lo más íntimo del alma una herida siempre abierta, que me causa espasmos continuos". El fenómeno, que teólogos y místicos, siguiendo a San Juan de la Cruz, llaman, con un ribete de poesía, "asalto del serafín", es la transverberación, es decir, una de las más profundas y du– raderas llagas de amor, causadas por los altísimos conocimientos que el alma tiene de Dios y que se muestran al exterior, porque -en cierta manera- traspasan físicamente el corazón. La transverberación del P. Pío nos evoca aquel grupo mar– móreo de Bernini que representa el asalto del serafín el cual, con una flecha misteriosa, está a punto de traspasar el corazón de Santa Teresa de Avila, caída en éxtasis deliciosísimo de amor y de dolor. La gran santa, que vivió en el siglo XVI, nos ha dejado un relato de su maravillosa transverberación, que concuerda con el relato, más sobrio, escrito por el P. Pío. También los biógrafos de la beata Juana María Bonomo, monja benedictina, muerta en Bassano del Grappa en febrero de 1670, refieren con preciosos detalles el asalto del serafín que le traspasa el corazón con un dardo de oro. La clarisa roveretana Juana María de la Cruz, muerta en 1673, describe que sintió en su corazón "un golpe de 87

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