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contra la pureza y, mientras invocaba a la Virgen, espiritualmente pedía también mi ayuda. Corrí inmediatamente en su ayuda y, sostenidos por el rosario de la Virgen, vencimos. El muchacho tentado, libre de la tentación, se durmió hasta por la mañana, en tanto que yo sostuve la lucha, fui apaleado, pero gané la batalla. · Vamos a recoger el testimonio de dos colegiales, más tarde sa- cerdotes, acerca del P. Pío, su director. Dice el P. Manuel de San Marcos la Catola: "Las confesiones que hacíamos con él, era opinión común, nos servían de una ayuda valiosísima. Creo estar en lo cierto si llamo a aquella educación, humana y religiosa, educación sacramental, por cuanto él impulsaba nuestra alma hacia Cristo y la vida de la gracia. Su trabajo consistía en integrar nuestra naturaleza con las "sublimaciones" de lo sobrenatural... Con sus palabras y con su conducta demostraba que la vida del educador y la de los educandos debe ir orientada al santo sacri– ficio. Qué preparación y acción de gracias las suyas para la santa misa; y cómo nos las exigía a nosotros para la sagrada comu– nión". El P. Federico de Macchia Valfortore añade: "Oraba siempre, día y noche. Su primera cátedra para nosotros era el coro, donde pasaba largas horas de rodillas, como fiel adorador de Jesús sacramentado. Estando entre nosotros rezaba y respondía, te– niendo siempre en su mano derecha el rosario .. . En el refectorio, después de haber tomado de prisa y con desgana unos bocados, continuaba rezando... Solía decir: "Quisiera que el día tuviera cuarenta y ocho horas". De hecho no salía del coro hasta media noche. Cuando venía a acostarse, en su cuarto, le sentíamos siem– pre desvelado. Su jornada era un continuo coloquio con Dios". Además de los colegiales, el padre atendía a las almas que subían al convento desde San Giovanni Rotondo y desde otros pueblos. A algunas las orientaba mediante la correspondencia epistolar. Conocemos el nombre de algunas, la mayor parte maes– tras de primera enseñanza, que fueron formando en torno al P. Pío un pequeño cenáculo: Lucía Fiorentino y su hermana Juana, Raquelina Russo y las sobrinas, las hermanas Ventrella Vittorina, Elena, Filomena, Nina Campenile, María y Antonieta Pompilio, Filomena Fini, Asunta de Tommaso. El P. Pío veía que se le iba el tiempo entre las almas. "Me encuentro tan rodeado de un torbellino de ocupaciones -escri– bía el 21 de enero de 1918- que no sé a qué parte volverme 85

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