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ranza: "Mandémoslo a casa para que muera en paz", el P. Pío seguía viviendo. Su vida toda era para Dios, al que encontraba no sólo en la iglesia del convento, en la oración de día y de noche, en el secreto de su alma, en la tempestad que rugía en su interior, sino también en las almas, a las que dedicaba su ministerio de formación y de santificación. Ayudaba a los jóvenes frailes seminaristas confiados a su dirección espiritual. Más tarde fue su director en sentido pleno. Estos "se confesaban de buena gana con él y escuchaban con mucha atención sus conferencias, informadas todas ellas del espí– ritu de amor a Dios y de una gran piedad religiosa". Para llevarlos a la perfección pidió al P. Benito un permiso, muy en consonan– cia con el modo de ser de su alma apostólica y generosa: "Siento vivo deseo - escribía el 6 de marzo de 1917- de ofrecerme víc– tima al Señor para el perfeccionamiento de este Colegio, al que amo tiernamente y por el que no ahorro privaciones personales. Es verdad que tengo grandes motivos para dar gracias al Padre celestial por el cambio favorable ocurrido en la mayor parte de ellos, pero todavía no me encuentro del todo satisfecho ... Jesús me dará la fuerza para soportar este nuevo sacrificio". Para ayudar a sus colegiales a mantenerse fieles a Dios, el P. Pío ponía lo que estaba de su parte, soportando sacrificios, privándose del sueño y de la tranquilidad. Una noche un colegial -más tarde P. Emilio de Matrice- se despertó al oír un gran estruendo: "carcajadas y ruidos de hierros que se retorcían y caían al suelo, y cadenas que hacían ruido sobre el pavimento". Todo amedrentado, acurrucado bajo las mantas, el estudiante oía al padre -que dormía en el mismo departamento, separado sólo por una cortina- gemir y repetir: "Virgen mía". Por la mañana el estudiante pudo comprobar que las varas de hierro que sostenían la cortina alrededor de la cama del padre espiritual, estaban retorcidas, y que el padre estaba con un ojo hinchado y dolorido". Un día, para acceder a las peticiones de los colegiales y con– vencerles de la necesidad de orar en las luchas espirituales, el P. Pío explicó el motivo por el cual el maligno le había propinado la "solemne paliza": -Por defender a uno de vosotros, como padre espiritual. Fulano - dijo su nombre- estaba sufriendo una fuerte tentación 84

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