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1917- es un cuerpo patológico. Catarro bronquial difuso, aspec– to esquelético, nutrición mezquina y así todo". A pesar de esta situación clínica se le declaró "idóneo para servicios interiores". Embutido dentro del uniforme, haciendo guardia, llevando recados, barriendo el cuartel, el Forgione vivía una experiencia nueva. Le resultaba muy pesado, hasta el punto de hablar de "dura prueba", "un durísimo noviciado", "cárcel tenebrosa", dada la promiscuidad del cuartel y la libertad de sus camaradas, tanto en su conducta como en su lenguaje. Le dolía, hasta el punto de ponerse "en extremo aplanado", no poder celebrar la misa, ya que -como escribía desde Nápoles el 26 de agosto de 1917- no hay capilla y no hay posibilidad de salir fuera. Qué desolación, sin Jesús. Desde Nápoles escribía el 12 de diciembre de 1915: "Solo Dios sabe lo que sufro. No sé si podré resistir esta durísima prueba. No me tengo en pie. El estómago, como de costumbre, sé empeña en no retener ningún alimento... El único alimento que retiene son las sagradas especies". El miedo del soldado Forgione era el de morir de soldado, "salir de este mundo no por el claustro sino por el cuartel, con este maldito uniforme". El 15 de marzo de 1918 notificó, "superlativamente alegre", la gracia de verse definitivamente libre de la milicia, pero con ante– rioridad, el 20 de diciembre de 1915, había declarado que de aquella experiencia militar había sacado más fruto que de unos ejercicios espirituales. Sobre todo había comprendido un poco lo que era el mundo, por cuya salvación era preciso sacrificarse hasta la muerte. El juicio del P. Pío acerca de aquella guerra fue bien claro. Incluso Italia "tenía muchas cuentas que saldar con Dios". Por no haber "querido escuchar la voz del amor, le ha tocado a ella la,misma suerte reservada a sus hermanas". Los horrores de la guerra lo tenían "de continuo en una agonía mortal", hasta el punto de desear la muerte "para no ver tantos estragos", que estaban a dos pasos de trastornarle la cabeza. Su opinión sobre la guerra es tajante. Escribe el 27 de mayo de 1915: "Esta bendita guerra va a ser para nuestra Italia, para la Iglesia de Dios, una purga saludable; despertará en el corazón italiano la fe, que estaba arrinconada y como adormecida y aho– gada por los malos deseos; hará brotar en la iglesia de Dios, en 82
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