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ción en un plano de concretez y de aplicación práctica. Su estilo, firme y delicado a un tiempo, de presentar el ideal de la perfección cristiana. Su sabiduría para exigir, si es preciso, hasta el heroís– mo. La eficacia de su dirección provenía también de su segura preparación doctrinal, de aquella santidad que arrastraba, de la peculiar iluminación, más que humana, que animaba sus exhor– taciones y tornaba convincentes sus normas y directrices. Poseía un carisma especial para llevar al alma la paz, la tranquilidad del espíritu, exigiendo confianza en él, que habla "de parte de Dios". El P. Pío dirigía a sus hijos espirituales con un amor exigente, inexorable, preocupado de agradar a Dios. Como verdadero pa– dre, era misericordioso y enérgico, humano y categórico, claro y expeditivo. Acogía como hijos a los que lo deseaban o se lo pedían: Ni llamo a nadie ni rechazo a nadie. Una vez acogidos en su "familia espiritual", era preciso espo– learlos. Se debía caminar "por amor y a la fuerza". Aunque sumamente comprensivo, no era el maestro indulgente. No era el guía de las medias tintas, sino del compromiso y de la generosi– dad. Su tema favorito: ser fieles a los deberes religiosos, familiares, profesionales. Ser almas de oración. Llevar cada uno su cruz. Estar dispuesto a cualquier sacrificio. No era el maestro de las normas fáciles, de las expresiones azucaradas. Sus dirigidos no corrían el peligro de quedar viciados por su actitud indulgente. Educaba para el deber, la cruz y el compromiso. Había unas palabras que no se cansaba de repetir a quienes querían formas parte de "los suyos": De buena gana os acojo como a mis hijos espirituales, pero a condición de que os portéis siempre bien, que no me obliguéis a hacer un mal papel delante de Dios y delante de los hombres, que seáis ejemplo de vida cristiana. De lo contrario, también yo sé emplear el látigo. Tenía que ayudar a rehacer un mundo desde los cimientos y sus hijos espirituales debían entregarse a la acción, a la inmola– ción. Por lo demás todo el mundo sabía que el padre no sabía qué hacer de hijos tibios e inseguros, incapaces de obrar, no dispuestos a vivir. Se dijo y se escribió, interpretando el espíritu y las exigen– cis del P. Pío: "Si nuestros grupos de oración logran suscitar en vosotros una levadura de vida terrena que luego se convierte en 293
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