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Necesitado de oraciones El P. Pío siente necesidad de la oración de los otros. Ya el 7 de diciembre de 1916 escribía una carta a un grupo de fieles. Lo que ellos le decían en sus cartas le había aliviado algo, sobre todo al saber que "almas amadas de Dios piden asiduamen– te por él". Esto le arrancó "lágrimas muy abundantes". Y termi– naba: "Rezad por mí con santa importunidad. Por mi parte, no lo dudéis: os recuerdo de continuo a todos vosotros y a todas aquellas almas que está!} unidas a nosotros en un mismo espíritu en presencia de Jesucristo". El l de octubre de 1917, soldado de Sanidad en Nápoles, no olvidó al grupo de "carísimas hijas" a las que secundaba en la vida espiritual y a las que había obligado a rezar por él. Escribió: "Basta una sola carta, mis carísimas hijas, para todas vosotras, porque no tenéis más que un corazón y un solo deseo delante de Dios, el de perfeccionaros en los caminos del Señor. Qué saluda– ble es para vosotras estar así unidas. No os canséis de pedir por mi liberación". Apenas hay carta suya que no termine encomendándose a la generosidad orante del destinatario. Por ejemplo, el 7 de mayo de 192 I escribe al P. Agustín: "Padre mío, no cese de pedir y de hacer que otras almas pidan por mí". En los años 1928-1929, junto al confesor de San Giovanni Rotando había surgido una "pía unión oferente", que se había prefijado la finalidad de "pedir por las necesidades e intenciones de un pobre y piadoso sacerdo– te" que no era otro que el P. Pío, el cual sentía la necesidad de que otros pidiesen por él, para que fuera fiel a su misión. Parecía un mendicante, un pordiosero de las oraciones de los demás. Un día el buen fraile, mientras despedía a una personali– dad de Littoria, le rogó que pidiese por él. Al notar la extrañeza de aquella persona, el padre explicó: ¿ Te sorprenden mi deseo y mi súplica? Todos tenemos necesidad de oraciones en presencia del Señor. Gracias a la ayuda que con esto nos prestamos unos a otros, nuestro corazón podrá más f ácifmente realizar la ascensión hacia el supremo Señor. Sólo el soberbio no tiene este deseo ni fa necesidad de que otros oren por él. 284
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