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muchos años vivió cerca del P. Pío- es ésta "la definición más exacta del P. Pío y la que mejor refleja la realidad .. . Todos los que conocieron al P. Pío le recuerdan siempre en actitud de ínti– ma unión con Dios". Los que le conocieron de cerca se muestran unánimes en presentarle como hombre de oración. Se le veía convertido todo él en oración. Sobre todo en la misa, la oración más sublime, a la que dedicaba tanto tiempo. En el confesionario, donde la oración se convertía en arrepentimiento y perdón. En la sacristía, antes y después de celebrar. Por las escaleras y claustros conventuales. En los momentos de descanso. Eran oraciones aquellas miradas amorosas a las imágenes de Jesús y de la Virgen. Eran oraciones las jaculatorias, los suspiros encendidos, los gemidos que inte– trumpían sus silencios de día y de noche. Gentes de todo el mundo se fueron de la iglesia de Santa María de las Gracias con una visión en los ojos y en el alma. Una visión viva, que duraba toda la vida y que transmitían a otros: el P. Pío escondido en un rinconcito, en su lugar habitual de ora– ción, haciendo una "dulce presión" al corazón de Dios, por el perdón de los pecadores, por la salud de los enfermos, por el alivio de los que sufren, porque los tímidos consigan ánimos, por la perseverancia de los buenos, por la conversión de los malos, por el compromiso de las personas consagradas. La verdadera oración , la que contempla y alaba a Dios, la que dialoga con él, pasaba desapercibida a quienes le veían con la cara entre las manos, o resguardada por aquellos medios guantes que ocultaban sus llagas y los gozos de la oración. Cuando, luego, el padre se retira a su celda, la soledad, al saberse solo, daban intimidad y libertad a su coloquio con Dios. El mismo P. Eusebio precisa que su oración no era siempre extática: "Puedo afirmar, con conocimiento de causa, que lama– yor parte de las veces el P. Pío oraba, mientras su espíritu vivía atormentado e inquieto, árido, helado. Cuántas veces, antes de ponerse a rezar, o durante la misma oración, se veía obligado a renovar su acto de fe, porque no veía, no sentía nada. Aquél a quien había dirigido tantos gemidos, se había escondido a la vista del espíritu... Por consiguiente, la oración no era siempre para el padre un coloquio extático con el Señor, sino que con frecuencia se reducía a un tremendo esfuerzo de voluntad, a un constante acto de fe hacia el "Ser" al que sabía cercano, pero al que sentía 280
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