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dos horas después del oficio, luego confesiones de hombres, si los hay. Pero ordinariamente no faltan hombres que se quieran con– fesar o pédir un consejo''. "Su vida es la normal, orientada a la santificación suya y la de los otros". "Siempre ocupado, o con Dios o con las almas". El padre sabe vencer la terrible monotonía: "Su jornada es siempre igual, yjamás denota cansancio por el trabajo extraordi– nario realizado durante tantos años y con una alegría inaltera– ble". Altar y confesionario se han convertido en su puesto en la . realización de la misión que Dios le ha encomendado. Su misa dura "ordínariamente hora y cuarto u hora y media. Todos admiran su devoción, que es extraordinaria, edificante". "Celebra siempre con gran devoción y recogimiento, y los fieles que asisten quedan siempre sumamente edificados. De ordinario tarda dos horas. El día de Navidad estuvo en el altar cinco horas en la celebración de las tres misas". "Desde enero de 1935, en su misa "no ha pasado de los 60 minutüs. Yesto por expreso deseo de los superiores". Muchas veces celebró la misa al aire libre, en la: plazoleta delante del convento, dado el número de fieles y la escasa capa– cidad de la iglesia. Por la afluencia de fieles que - terminada la Segunda Guerra Mundial- acudían a San Giovanni Rotondo, cada vez en mayor número, se impuso la exigencia de ampliar la iglesia o hacer otra nueva, capaz de contener a peregrinos y penitentes. Las confesiones, en los días ordinarios de semana, le ocupa– ban toda la mañana. "Celebrada la santa misa y hecha la acción de gracias, cada mañana se dirige al confesionario y está allí hasta mediodía. Por la tarde sólo confiesa a algún hombre", pasando lo restante del tiempo en meditación y lecturas. La relación bimestral hasta julio de 1960 (la última es dei 12 de julio de 1960) repite más o menos esta actividad diaria del P. Pío. Tan numerosos eran los penitentes, "especialmente hom– bres" - observa el P. Agustín en el Diario- que desde el 7 de enero de 1950 hubo que recurrir al sistema de pedir vez. Entre los penitentes había "muchos sacerdotes seculares y regulares, dipu– tados, abogados y de otras profesiones". El arzobispo de Manfredonia, Andrés Cesarano, sintetizó al 249
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