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asunto, reputándolo como un deber y un servicio que se hacía a la Iglesia. Aconsejaba siempre -como hombre de Dios que era– "absoluta discreción y ciega sumisión a la Iglesia". Una vez hubo examinado una documentación irrefutable a base de hechos, la presentó a que la examinasen ilustres personalidades de la Iglesia, aguardando la hora de la verdad. Tampoco entre los seglares faltaron defensores -a su modo-– del P. Pío. A veces, por desgracia, recurrieron a medios que, sin proponérselo, enredaron más la madeja y caldearon la situación, poniendo las cosas peor. Una palabra amorosa salió de San Giovanni Rotondo en aquellos tiempos de limitaciones y denigraciones: la de los tercia– rios franciscanos, recogida en una carta del 12 de septiembre de 1931 , dirigida al Cardenal Donato Sbarrettri, secretario del Santo Oficio. El documento intenta demostrar que la campaña e.nvidio– sa y calumniosa de algunos, no había hecho mella en los mejores. Por causa del P. Pío, que no debe celebrar en la iglesia ni oír las confesiones de los fieles, el corazón de los habitantes de San Giovanni quedó "profundamente herido". Por lo mismo presen– taban una súplica: ésta "es el gemido de almas abandonadas que esperan el aliento de la palabra suave del piadoso capuchino, que los fortalezca en los afanes de la vida, que los sostenga en las pruebas y les encamine por la senda del bien. El pueblo de San Giovanni Rotonda, que ama y estima grandemente al humilde hijo de San Francisco, siente la necesidad de volver a verle en medio de ellos, de ser dirigido por su palabra". "Con el corazón en la mano" se imploró la gracia, quedando a la espera "con ansia febril". Algunas victimas Entre los admiradores del estigmatizado del Gargano, hubo quienes cayeron como víctimas, arrastradas por los acontecimien– tos. El P. Benito de San Marcos, en junio de 1922, tuvo que dejar la dirección espiritual del P. Pío, mandar al Santo Oficio la Cró– nica que había escrito acerca de él, abstenerse de hablar o escribir 245