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precipitación: "Pues bien, carísima, es esto lo que yo quiero". Estas dos afirmaciones iluminan hasta el fondo el alma del P. Pío, que-se siente llamado y se declara dispuesto. Esa disponi– bilidad exigía heroísmo: llegaría hasta el final, hasta las últimas consecuencias. "Santifícate y santifica". Es, sin duda, una misión formidable. La misma que Jesús declara ser su propia misión: "Por ellos me -santifico a mí mismo". El objeto al que ha de enderezar el esfuerzo por santificar es doble. El primero está explícito: a sí mismo. El segundo, aunque sobreentendido, también es claro: a los demás. El llamado a tal misión, contenida en la "voz", comprendió las dos direcciones de la acción santificadora. Piensa en sí cuando escribe: "Oh, Señor... ante todo líbrame de mí mismo y no permi– tas que se pierda aquél a quien con tanto esmero y diligencia has llamado y arrancado del mundo", y, a continuación: "Que me conceda la gracia de ser un hijo menos indigno de San Francisco, que pueda servir de ejemplo a mis hermanos religiosos, de tal modo que el fervor no decaiga y se acreciente siempre en mí, hasta hacer de mí un perfecto capuchino". Piensa en los demás cuando pide en la misma carta: "Confirma en tu gracia a aquéllos que me has confiado y no permitas que ninguno se pierda, aban– donando el redil. Oh, Dios; oh, Dios... no permitas que se pierda tu heredad". Treinta años más tarde, en mayo de 1956, con ocasión de un congreso sobre enfermedades de la arteria coronaria, médicos ilustres solicitaron del P. Pío, el que ideó la casa Alivio del sufri– miento que dijese unas palabras. El padre, con los ojos en alto, hablará brevemente sobre el tema de la misión: -¿Qué os voy a decir? También vosotros, lo mismo que yo, habéis venido al mundo con una misión que cumplir... Yo, reli– gioso y sa"cerdote, tengo una misión que cumplir. Como religioso, como capuchino, la observancia perfecta y amorosa de mi regla y de mis votos; como sacerdote, es la mía una misión de propicia– ción: hacer que Dios se muestre propicio con la familia humana. Si el P. Pío oyó una voz que le empujaba a "una grandísima misión", no faltó su respuesta a esta voz. Toda su vida fue ex– traordinaria vocación divina y extraordinaria respuesta humana. 138
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