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verdad. Como se refleja en el libro de misas, desde comienzos de julio de 1919 subían al Gargano numerosos sacerdotes, regulares y seculares, alguno de fuera de Italia. Y no faltaban los rateros, los cuales, aprovechándose de la confusión que había en la iglesia y en la plazuela que está delante, hacían su agosto". El mismo testigo de vista escribió: "La iglesia estaba atestada de gente que iba, venía, entraba, salía sin parar... A mediados de mayo y sobre todo a finales, no faltaron las llamadas... compañías de peregrinos, los cuales, al dirigirse a los santuarios vecinos de la Incoronata, San Marcos y San Miguel, se detenían en nuestro convento y acrecentaban el número de las personas y con ello la confusión. Se trataba -y no exagero- de millares de personas que, con tal de ver al padre, además del dinero que les costaba el viaje, se sometían a los más duros sacrificios en un pueblo donde faltaba donde hospedarse y había otras estrecheces. Dormían en la desnuda tierra o sobre las rocas de la montaña". Iban mezclados devoción y fanatismo, en la falda del Garga– no, cerca del capuchino estigmatizado. El Registro de visitantes, que todavía hoy se puede ver en el archivo del P. Pío, el 18 de abril de 1920 trae la firma del P. Agus– tín Gemelli, franciscano , que visita San Giovanni Rotondo. La firma del fundador de la Universidad Católica de Milán, va pre– cedida de un juicio, tan breve como expresivo: "Cada día consta– tamos que el árbol franciscano da nuevos frutos y es éste el mayor consuelo y saca alimento y vida de este árbol maravi– lloso". Gemelli venía acompañado de la sierva de Dios Armida Ba– relli. Habiendo conocido al P. Pío, "cierto que no en su habita– ción", Gemelli pide poder visitarle para observar las llagas. La respuesta del estigmatizado fue cortés, aunque decididamente ne– gativa. "El P. Pío le dio a entender - escribe el P. Fortunato de Serracapriola, que dice haber recogido los detalles del encuentro "de labios del mismo P. Pío"- que no las podía enseñar a nadie sin un permiso especial, por escrito, de S. Oficio". Careciendo de tal permiso , Gemelli en repetidas ocasiones volvió sobre su peti– ción , pero otras tantas el P. Pío se mostró inconmovible, "ha– ciendo saber que esto no estaba en su poder y que las órdenes de la Iglesia no se discuten". Con un adiós cortés terminó el encuen– tro entre el sabio Gemelli y el humilde capuchino: un encuentro en el vacío , porque ni se permitió ni se llevó a cabo visita alguna. 126

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