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materia tan delicada, prefiero presentar. .. las impresiones de per– sonas autorizadas". Como primera prueba, le manda la carta de un obispo, Mons. Alberto Costa. El P. Pedro es de las contadísimas personas que lograron ver las manos heridas del P. Pío. Veamos esta declaración sobre el particular: "Si me interrogasen las autoridades superiores acerca de este asunto, tendría que contestar y confirmarlo con juramen– to... que, si se miran las heridas de las palmas de las manos del P. Pío... , resultaría fácil descubrir con todo detalle un escrito o un objeto colocado al fondo, al lado opuesto de las mismas. Pues se trata de heridas a través de las cuales se puede ver y de las que brota un flujo de sangre tan considerable que cualquier otro moriría desangrado". Esta descripción coincide con la del doctor Andrés Cardone, de Pietrelcina, escrita cincuenta años más tarde, en 1968: existen "en ambas manos agujeros de casi centímetro y medio de diáme– tro, que atraviesan las palmas de las manos de parte a parte, hasta el punto de que se ve la luz a través de ellas y al presionar sobre ellas se tocaban las yemas de mis dedos índice y pulgar". Para difundir por el mundo la noticia de estas manos perfo– radas actuó de mensajero -precioso y peligroso a un tiempo-, la prensa. Las noticias de los periódicos comienzan a suscitar el interés y a meter ruido a principios de mayo de 1919, cuando las heridas del P. Pío llevaban ya ocho meses sangrando. El primero en comunicar la noticia a la prensa no fue un capuchino, sino un sa– cerdote de San Giovanni Rotondo, con la mejor intención. El artículo, enviado desde San Giovanni Rotondo el 6 de mayo, atrae la atención de otros periodistas, los cuales a su vez, publican la sensacional noticia, que encuentra eco en gran parte del mundo. Los mismos títulos demuestran ya que no hilan fino en la elección de los vocablos, hablando de "milagros" y del "santo". "La prensa católica italiana -informa el P. Pedro a finales de noviembre de 1919- ha callado hasta la fecha. Y he querido que sea así porque tengo decidido no dar pábulo a ninguna pu– blicidad y no permitir que gente incompetente se ponga a enjuiciar el hecho ciertamente extraordinario. La difusión de la noticia en un principio corrió a cargo de periódicos nada clericales... Acaso los relatos de estos periódicos causaron mayor impacto en el público". 121

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