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P. Pío a un nuevo examen clínico, para un estudio ulterior más al día. No obtuvo esa autorización. Sin embargo, reunió sus largas meditaciones sobre el tema de "los estigmas" en el escrito Impresiones y deducciones científicas acerca del P. Pío de Pie– trelcina. Es una repetición abreviada de las dos anteriores rela– ciones. Este escrito -que ofrece de nuevo su punto de vista de las llagas del P. Pío- fue enviado a la entonces Sagrada Congrega– ción del Santo Oficio. El doctor Festa vuelve a ver los estigmas el 5 de octubre de 1925, a siete años de su aparición. Este control, fuera de progra– ma, tuvo lugar durante la operación quirúrgica del P. Pío por hernia de la ingle. El padre quiso sufrir la operación sin clorofor– mo, con el fin de mantenerse consciente y así evitar otra inspec– ción sobre sus llagas. Pero sufrió un desvanecimiento. Así fue posible verle las llagas, que presentaban "idénticos caracteres" a los descritos en las primeras relaciones. Mientras el caso del P. Pío es un rompecabezas para la ciencia y mientras se suceden las visitas, que le causan tanta confusión, el primer sacerdote estigmatizado hace su vida de siempre, pro– longando sus misas, llenando su jornada entre la oración y las confesiones, escribiendo a las almas que esperan sus normas de vida espiritual. Casi no se da cuenta _.por falta de tiempo- del ruido que está metiendo aquel rincón silencioso del mundo, en las estribaciones del Gargano. De tantos porqué, que quieren fisgar e indagar en el misterio de sus estigmas, él no se preocupa. De sus heridas sólo experi– menta el dolor que le causan y la confusión de que otros las vean. Se esfuerza por mantenerlo todo en secreto. En una carta del 23 de septiembre de 1918 -tres días después de la impresión de los estigmas- a una hija espiritual, se limita a decir que "lleva la cruz por todos". En una carta del 17 de febrero de 1921 al obispo capuchino Angel Poli, a dos años y medio de la impresión de los estigmas, aludirá a que el 20 de septiembre de 1918 le había llegado de lo alto "la grande e inmensa humillación y confusión". El mismo que sangra, quizá, en un principio, no sabe que aquellas heridas, decididas a no cicatrizar y a manar sangre por espacio de medio siglo, son las señales del Señor. 111

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