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espacio intercostal y desciende oblicuamente hasta junto al borde cartilaginoso de las costillas, surcando la piel... El brazo transver– sal de la cruz tiene unos cuatro centímetros de largo, y corta, no en ángulo recto, sino oblicuamente, y a unos cinco centímetros de su punto de arranque, al brazo longitudinal, y se presenta más ancha y redondeada en su extremidad inferior. Esta figura de cruz es muy superficial. Apenas afecta a la epidermis y acaso el estrato más externo de la dermis. Las dos astas de que se compone son a modo de cintas, tienen una longi– tud como de medio centímetro, de lados y contornos perfecta– mente definidos ... Su colorido, como el de las otras lesiones que el P. Pío presenta en manos y pies, es rojo oscuro; una ligera y breve película cubre la parte central y tampoco aquí los tejidos circundantes ofrecen señales de color rojo, de edema ni de infil– tración. Pero su hipersensibilidad dolorosa es más intensa y más extendida que en los tejidos normales que limitan con las otras lesiones". Observaciones generales acerca de las lesiones. Estas "no son efecto de un traumatismo de origen exterior, y.. . tampoco son debidas a la aplicación de sustancias químicas fuertemente irri– tantes". Niega que sean consecuencia de un trauma, porque no pre– sentan ninguna de las características de tales lesiones. Niega que se originen de sustancias cáusticas o irritantes, porque la aplica– ción de éstas no se limitaría estrictamente -como en los estigmas del Padre- a la zona lesionada, sino que se extendería gradual– mente a los tejidos normales limítrofes. Constata además la falta de mejoría progresiva. Más bien constata una hemorragia continua y a la vista, con la conserva– ción tenaz de los caracteres y de la vivacidad del primer mo– mento. Rechaza el considerar las lesiones "como fruto de autolesión, aunque sea involuntaria". Excluye en forma tajante esta hipótesis "el hecho de que él el P. Pío ponga todo su empeño en que estas señales pasen desapercibidas, y que para él constituyen no un motivo de satisfacción, sino una fuente de mortificación, unido al perfecto equilibrio que se revela en todo momento entre su siste– ma nervioso y sus facultades mentales". Festa insiste sobre este punto del comportamiento del estig– matizado: "El P. Pío que, en su profunda modestia, considera 109

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