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laza frecuentaba el locutorio de las capuchinas des– de que era obispo de Albarracín y, más aún, cuando fue elevado a la sede metropolitana (1635-1643). La tra-:ó y veneró el patriarca titular de las Indias Oc– cid~ntales don Alonso Pérez de Guzmán (t 1670). Entre las curaciones milagrosas logradas por su intercesión, de las que ella misma hace mención en sus cuentas de conciencia, tuvo particular resonan– cia la del hijo de los marqueses de Ax,tona, familia de la primera nobleza, Guillén Gastón de Moneada, a ruegos de la abuela del niño la baronesa de la Laguna (fº 240v). Más que las curaciones corporales, con todo, trataba de obtener las del espíritu, poniendo en jue- . go plegarias y penitencias. Un día, al meditar en la :>arábola del hijo pródigo, que se leía en el evan· gelio de la misa, le vino la inspiración de interce– der por un canónigo, que sabía se hallaba en situa· ción moral muy peligrosa; suplicó muy de veras pa:ra que «volviera en sí» y cambiara de vida (fº 17v). Había caído en manos de la inquisición un es· tudiante, acusado de negar algunos puntos de la fe católica. Enterada de la contumacia del herético y temiendo por su salvación, sor María Angela, en· tonces abadesa, empeñó la comunidad en súplicas y ejercicios especiales de penitencia; ella, por su parte, descargó sobre sus espaldas una disciplina tan sangrienta que, al día . siguiente, sor Arcángela de Amatriain encontró salpicada de sangre la co· lumna, en la cual solía flagelarse, y el suelo 3 • Lo propio solía hacer cada vez que se pedían ora– ciones a la comunidad por algún condenado a muer– te. Pero se preocupaba también de otras personas en peligro de la vida. Hubo un rejoneador que fue ' Así lo declaró en el proceso: Traslado, fº 76v. 141

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