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En forma parecida, el 20 de agosto del mismo año: «Llegándome a comulgar con particular des– consuelo, por no haberme podido recoger un rato de oración y soledad, a causa de las ocu– paciones que me habían sobrevenido -si bien las que más me habían ocupado esta mañana eran en beneficiar y consolar a unas perso– nas-, llegué al comulgatorio apesarada... « Pero el Señor la aseguró de su aprobación, in– vitándola a gustar de sus llagas, como para darle a entender que, con aquel su celo por hacer el bien, le aliviaba de las heridas que ahora recibe de los pecadores (fº 133r). · Toda alma verdadera amante de Dios siente en profundidad verlo ofendido de los hombres. En Ma– ría Angela era éste un tormento continuo y, al pro– pio tiempo, un acicate saludable para esforzarse por compensar al Amado de la mala correspondencia de los redimidos, mediante la fidelidad a la vida profesada (fº 13r). En la fiesta del Corpus era esa su manera de acompañar, desde su retiro, al Señor sacramentado llevado en triunfo por las calles de la ciudad. La gente cree que es un cortejo triunfal -observa-, pero en realidad va padeciendo lo mismo que cuan– do fue llevado a la cruz por las calles de Jerusalén, viendo entre los que participan en la procesión a tantos que le ofenden. Y le venían deseos de ir a dar voces invitando a los pecadores al cambio de vida «para trocar la tierra en cielo». Pero su ma– nera de desagraviar a Cristo y ser «su quitapesares», según expresión suya muy repetida, es la aceptación de las renuncias inherentes a la vida claustral y, de modo particular, las que comporta el gobierno de la comunidad (fº 95r) 138
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