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perimentado el 23 de abril de 1642, meditando en la misión de las almas contemplativas «en beneficio de todo el género humano»: «Sentí súbitamente olor de leche, con una comunicación, en mi interior, grande y con un habla que me di.io su Majestad : -Ese es olor de madre. Me lo decía su Majestad porque lo fuese de todos mis hermanos los fieles, como hijos míos, y así había de ser su madre, comunicándoles la leche de todos mis empleos y ganancias con– cedidas por su Majestad a mí, su indigna es– clava y mínima creatura. Aquí entraron mis cuidados de cómo cumplir con esta obligación de madre para con dichos hijos. Lo cierto es que, por su remedio, subiría a algún lugar de suplicio y moriría en presencia de todos .. . » (fº 118r). No eran sólo desahogos, de expresión genuina– mente femenina, a impulso de unos fervores forzo– samente represados en el encierro claustral. La luz, ha dicho Jesús, no se enciende para que quede oculta bajo el celemín, sino para que alumbre a toda la casa. Con el pasar de los años, la santidad de sor María Angela, su don de consejo y hasta la efica– cia excepcional de su intercesión, irradiaron al ex– terior. Ella no se cerró al reclamo de la caridad; se prodigó para atender a las personas que la re– querían en el locutorio. Lo atestiguan las religiosas que vivieron con ella en Zaragoza. Llegó a tanto, que más de una vez temió quitar a Dios y a las hermanas de la comunidad el tiempo que empleaba en la reja haciendo el bien. Expuso al confesor su temor en carta de 14 de septiembre de 1641: «Me desconsuela el demonio trayéndome a la memoria la caridad no bien ordenada que tu- 136
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