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bonum et quam iucundum habitare fratres in unum (Sal 132, 1).» Siguen las firmas de los socios. Primero la pro– pia: «De toda esta unión y fraternidad, en Jesucris– to, humilde sierva soror María Angela Astorch, aba– desa indigna.» A continuación la del confesor, la de cada una de las religiosas de la comunidad, las demás personas agregadas (fº 280r-282r). El Monte de piedad seguía funcionando en 1656, como se ve por una carta de sor María Angela a la maestra de novicias de Calatayud. ¡Juegos monjiles!, dirá alguien. En ese misterio de la economía de la salvación, en que el Dios de la salud se aviene a mendigar la colaboración de los redimidos, no resulta fácil distinguir lo que es dra– ma o juego en los apremios del amor. Consuelos y pesares maternales María Angela se sentía «hermana y madre de todos los fieles » (fº 114r). En sus escritos hay subli– mes expresiones de ese amor entrañable a todos los hijos de la Iglesia: «Dios eterno, que infundís este afecto y an– sia interior en mi espíritu por la salvación de los fieles: ¡oh, quién pudiera ser madre de todos para criarlos a vuestro gusto!, ¡oh, si me fuera posible obrar en los corazones de todos! ... Hacedme tan gran merced, Dios mío y amante tierno, de hablarles a todos al cora– zón, diciéndoles que un alma penada y ansio– sa de su bien se deshace en ansias de sus medros y de que os conozcan, sujeten y amen» (f 0 lOSr). Y más expresiva la vivencia que dice haber ex- 135

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