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El «Monte de piedad» En 1640 le sugirió su devoción, siempre creativa, la institución de un Monte de piedad, en forma de «hermandad y unión de bienes espirituales», en be– neficio de las almas de los fieles difuntos . En él entraban como socios activos, además de las reli– giosas de la comunidad, el confesor y muchas otras personas que ella misma invitaba a que dieran el nombre (fº 92v). Los estatutos del montepío, escritos por ella, llevan la fecha de 6 de agosto de 1640. En ellos se declara al divino Corazón «depositario, protector y continuo amparador y conservador de este Monte– cillo santo»; sigue una ferviente dedicatoria al mis– mo melífluo Corazón de Jesús. Se escoge por patro– na a la Virgen María y por abogados a todos los santos del «consistorio», que ya conocemos. En virtud de esa unión y con la garantía del divino Te– sorero, que es el financiador total, «los merecimien– tos de unos han de ser comunes a los de los otros, participando y gozando cada uno según la nece– sidad que tuviere en el purgatorio, si allá estuvié– remos detenidos». Los socios inscritos son vivos y difuntos; cuan– do uno de los primeros fallece, pasa al registro de los difuntos y se le concede un crédito de siete días , «por devoción de las siete letras que forman la pa– labra Corazón». Naturalmente, todo se de_ia a la libre y misericordiosa disposición de Dios. «De este modo y con este orden -determinan los estatutos– se irá continuando, en honra y gloria de su divina Majestad, mar inmenso de misericordia, y en ayuda y libramiento de las penas de las almas de nuestras hermanas y prójimos agregados y a_iustados en esta santa fraternidad, que bien dijo David: Ecce quam 134
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