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Pudo ,haber en ello un deseo laudable de unifi– car todos los monasterios de capuchinas de Italia y España bajo una única observancia, y hasta es pos'.ble que ese «ministro» fuera alguno de los dos generales de la orden que, por aquellos años, visi– taron las provincias de los capuchinos de España: Clemente de Noto en 1622/1623, Juan María de No– to en 1629. Lo cierto es que a sor María Angela le quedó un recuerdo penoso de aquella lucha con un superior de su propia familia religiosa. Así se explica una extraña recomendación dada más tarde a la fun– dadora del convento de Calatayud, sor Teresa Ney– la, en una carta escrita desde Murcia (11 de iunio de 1655): « ¡Por un solo Dios!, en jamás entre fraile alguno; y huir de curiosos tales, que sin duda irán a entrometerse en preguntas de puntos de Regla y Constituciones y ceremonias» 7. De creer a las madrileñas, la causa del fracaso fue la resistencia de las granadinas a «aceptar el rigor de vida» que se les proponía. Por el contrario, según la versión de la crónica del convento de Granada, todo se debió al em– peño de las dos advenedizas por quitarles ciertas austeri– dades de mucha perfección que ellas tenían en uso (véase I. TORRADEFLOT, Crónicas, II, 135-142). La comunidad de Gra– nada profesó espontáneamente la Regla de santa Clara en 1625. 7 Original en el archivo del convento de Calatayud. 131

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