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era la falta de un fundador, es decir, de alguien que costease la construcción del monasterio y lo dotase convenientemente. Era la manera normal de pro– ceder. Pero ellas, a fuer de hi,ias de santa Clara, preferían llevar a Zaragoza el testimonio de su vida de retiro al amparo palpable de dama pobreza. La casa que las había de acoger fue adquirida por subs– cripción entre algunas familias zaragozanas de bue· na voluntad, dando ejemplo el arzobispo fray Pedro Manrique de Lara. Se hallaba a corta distancia del monasterio de Santa Engracia y del convento de San Francisco, en lo que hoy es paseo de la Inde· pendencia. Acomodaron como pudieron esa pobre casilla -escribe el padre Fans- a las necesidades de la vida claustral; y allí vivieron por más de dieciséis años en gozosa incomodidad, estrechándose a me– dida que Dios las hacía crecer en número y.. . en santidad. El conocido escritor ascético fray Diego Murillo, franciscano, dejó escrito al año de la fun– dación: «Los que quisieren echar de ver el poder de la divina gracia no tienen que buscar otro medio sino poner los ojos en una religiosa capuchina y en el instituto que en su religión profesa» 6 • Pero la joven abadesa no podía hacerse a la idea de que aquella situación se hiciera permanente, en daño de la salud física y de la serena convivencia de las hermanas. Halló un decidido apoyo en el en– tonces arzobispo don Juan Martínez de Peralta ( 1624- 1629), con quien planeó la obra de la iglesia y del convento. La muerte del prelado, al comienzo del segundo trienio de abadiato, vino a disipar aquella esperanza. Pero esta virtud era el fuerte de sor María Angela. Oró confiadamente con sus herma· ' Fundación milagrosa.. . y excelencias de la ciudad de Zaragoza, II, Barce-lona 1616, 386. 118
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