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Cumplílo como su Ma_iestad me lo manda– ba, el cual me dio grandísima paz y pacifica– ción interior... Y, como esto vio ella, a cabo de rato me dejó y se fue; y cierto fue el irse en el punto que más gustoso estaba mi espí– ritu en oírla» (f 0 131v). No eran victorias fáciles. Sabemos, en efecto, por confesión propia, que le resultaba muy cuesta arri– ba dominar la impaciencia, conservar la «igualdad interior» y tratar con personas que no eran de su «condición y natural» (fº 32v, 46v, 181r). Lo que más le causaba «desconsuelo y aflicción interior» era el no hallar en las hermanas la res– puesta que hubiera deseado al celo con que ella procuraba el aprovechamiento espiritual de todas. Un día, 4 de marzo de 1644, «fue tal la apretura de esta aflicción, que por sola prudencia no lloraba» (fº 108v). Desazones por causas externas Más sensibles fueron las dificultades y los dis– gustos que le vinieron del exterior, «cuyos golpes dan dentro del convento» (fº 69r). Refiriéndose a tales «tribulaciones» escribía en 1628: «Los oficios de prelada no traen otros premios en esta vida» (fº 37v). Ya vimos el sufrimiento experimentado cuando el confesor ordinario de la comunidad quiso ser– virse de ella para lograr su pretensión de un cano– nicato. Más duradero y enojoso fue el pleito con el obis– po de Huesca por cuestión de jurisdicción. La fun– dación del monasterio se había hecho bajo la auto– ridad del arzobispo de Zaragoza, pero luego resultó 116
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