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-Así son mis santos que, aunque más los levante con mis dones y grac:ias, no se glorían en ellas, sino que permanecen en su aniquila– ción y deshecho. Comunicóme grande estimación y reveren– cia a los santos penitentes e impulso animoso a seguirlos ... » (f 0 120v). · Y llegaba a tal grado la donación de sí misma, que a veces le parecía preferir aun el bien espiri– tual de las hermanas al suyo propio: «Muchas ve– ces -dice- me privé y me quité el sustento de mi espíritu para darlo a ellas, complaciéndome en los alientos y consolación que recibían» (fº 83r). El gobernar una comunidad religiosa no está exento de dificultades y sinsabores. Para María An– gela éstos formaban parte de su tarea personal de purificación interna. «El ajustarme a todos los na– turales y condiciones -escribe en 1636- es siri du– da obra de la gracia; y ésta me la da Dios para beber aguas muy amargas a mi natural y condición; pero así conquisto mi alma» (fº 65r). Y más tarde: «De este modo recibo disciplinas generales, porque yendo por oficialas y oficinas, con todas las demás ejecuciones de mí oficio, en una parte recibo un golpe, en otra otro, en otra muchos, y tal vez el sentimiento me penetra hasta las entrañas: callo, sufro, ríndome y humíllome, y niego mí juicio y entender, porque dispone Dios aquella penitencia» (fº 98v-99r). Refiere con fecha 30 de julio de 1642: «Me llegó una religiosa a habiarme, con sentimiento que la perturbaba, sobre la ejecu– ción de un acto que yo le había dado. Estando así perturbada, no podían ser muy dulces sus razones. Y, luego al principio de su plática, me dijo su Majestad: - ¡Calla y oye! 115

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