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P. CARLOS DE VILLAPADIERNA 117 to; corazones fogosos e inteligencias privilegiadas, como San Pablo; hombres sencillos y casi literatos, que escriben co– mo hablan, dando a sus relatos una viveza y una variedad de matices que conmueven y subyugan. De aquí, la gama variada e indefinida de formas literarias en la Biblia. Hallamos narraciones históricas muy elementa– les, a la manera de los antiguos ; leyendas ingenuas, cautiva– doras y edificantes ; cuentos populares tan encantadores co– mo los de nuestra infancia: «érase una vez ... » ; senten– cias sorprendentes, enigmas, comparaciones diáfanas. Los discursos enérgicos de los profetas sobre la penitencia nos conmueven aún, pero también sus palabras de consuelo lle– nan el alma de esperanzada alegría. Los cuadros misteriosos y terroríficos del vidente del Apocalipsis penetran el espíritu de escalofriante extremecimiento. Los proverbios y las sen– tencias, artísticamente agrupados, suscitan sabias reflexiones ; las ideas sobre la filosofía religiosa, invitan a un estudio más profundo y sosegado. Las narraciones evangélicas son siem– pre actuales, al hablar de Aquel que pasó haciendo el bien y al transmitiirnos sus palabras en suave claridad y en su sim– plicidad majestuosa. Oímos elevarse al cielo cánticos triun– fales de victoria; y, sobre todo, himnos jubilosos en las ora– ciones conmovedoras de los hombres santos y piadosos, co– mo las encontramos en los Libros Sagrados, principalmente en el Libro de los Salmos, despiertan aún hoy en nuestras al– mas, ecos de paz sosegada y tranquila. Esta diversidad de documentos revelados e mspirados por Dios y escritos también por autores humanos, samsface las necesidades más íntimas y apremiantes del espíritu humano y se adapta a todas las situaciones y disposiciones del lector. Todo hombre que sufre, todo hombre que es torturado por

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