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La palabra es para entendernos. Comprendernos. Pero podemos usarla mal, en un despropósito. Cuando usamos mal el corazón, la esgrimimos como espada de dos filos. Entonces no son palabras de sabiduría y bon– dad, sino incontenidas y desmedidas. Y hacen daño. El Apóstol Santiago descalifica la intemperancia ver– bal: "Si alguno no cae hablando es un hombre perfecto. Capaz de poner freno a todo su cuerpo. La lengua conta– mina y pone fuego a la rueda de la vida... Y el hombre que es capaz de dominarlo todo, no puede con la lengua y la palabra, que "es un mal turbulento". (Sant. 3,1 ss.). En la conversación diaria tiramos, muchas veces, pa– labras de relleno, como cascajo. Son palabras del charla– tán que cae en la necedad. Ibamos seis personas en un departamento del expre– so que rodaba hacia el norte. Entre ellas una monja, ves– tida de blanco, que hablaba poco y un señor impecable– mente vestido, que hablaba mucho. - " .. .porque ustedes las monjas están desfasadas... Su vida no es actual... No pueden reducir su vida apasar– se rezando... , sumidas en la contemplación inútil...". Los demás viajeros, como yo, esperábamos a ver en qué terminaba aquel chorro de palabras. Y observábamos a la monja que lo encajaba todo con una sonrisa inteli– gente. En esto se abrió la puerta del departamento y una voz nerviosa requirió un médico y alguien que supiera ha– blar inglés. La monja se levantó y preguntó sencillamen– te:- "¿Dónde?". La monja que resultó ser doctora en Medicina y Directora de una Clínica en Estados Unidos, diagnosticaba perforación de estómago y ordenaba eva– cuar al enfermo en la primera estación. 94

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