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28 Neurosis de soledad. Uno de los instintos más fuertes del hombre es el ins– tinto de sociabilidad. La soledad en sí misma es un mal. "No es bueno que el hombre esté solo", leemos en el s~– gundo capítulo del Génesis. (Gen. 2,18). En una época como la nuestra, donde parece intrín– secamente reforzado el instinto de sociabilidad del hom– bre por el asociacionismo, los aglomerados urbanos, los espectáculos masivos, se está constatando el hecho de un número muy elevado de personas que, según la psiquia– tría, padecen una enfermedad psíquica que la medicina ha denominado con el nombre específico de "NEURO– SIS DE SOLEDAD". La Carta Apostólica "Octogesima adveniens", fija detenidamente la consideración en esta realidad grave. En lo que llama "aislamiento de la multitud". "El hombre -afirma- prueba una nueva soledad en medio de una mu– chedumbre anónima que le rodea, y donde él se siente co– mo extraño". Esta soledad es un dolor. Hay personas es– pecialmente víctimas de la "angustia ciudadana". Son aquellos que atraídos por el señuelo de la capital, dejaron la vida del pueblo abierta a la comunicación de vecinos, a la tertulia familiar,_al saludo diario, al sol y al campo, al mutuo conocimiento, para insertarse en una construcción urbana totalmente impersonal. Las construcciones modernas son colmenas de ce– mento, donde cada uno ocupa su alvéolo; hace su propia vida; llora sus propias miserias o goza sus alegrías sin que el vecino se entere. 91

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