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Cada cristiano católico podrá echar mano de esta o de otra forma de súplica o de alabanza para manifestar su amor a la Virgen. Y, -no hay que dudarlo-, a la Virgen se la quiere lo mismo y nadie le discute un palmito de amor, aun cuando a la hora de expresárselo los haya más parcos o más vehementes ... Habrá a quien no le cansen tres rosarios diarios y ha– brá a quien le baste un "A vemaría"lenta y bien rumiada. Como hay enamorados que constantemente se están di– ciendo que se quieren, y en cambio otros se lo dicen una vez, pero picando cada una de las sílabas. Y o no recomiendo ni esta ni la otra manera de hablar con la Señora, aun cuando el rosario tenga un aval de si– glos, e, incluso, las cincuenta bolitas engarzadas sean un arma poderosa llevadas en el bolsillo. Lo que sí debo de– cir es que en el amor a la Virgen, lo menos importante es el cómo se le dice que se la quiere. Lo esencial es quererla, invocarla. Conozco personas que no rezan el rosario completo, pero todas sus relaciones con Dios van climatizadas de aquel sentido mariano que tuvo la vida de Cristo, y en su modo de llevar el cristianismo se les advierte una tierna cercanía a la Madre de Dios. Conozco otras familias, en cambio, cuya expresión única de devoción mariana es el rosario, en un duelo, en un suceso próspero, en una larga espera, en un viaje, para pedir, para mirar al cielo... En una familia los hijos aman a la madre cada uno a su modo. Yo, por ejemplo, como tantos, llevo la fotogra– fía de la mía siempre en la cartera, y si algunos de mis her– manos no la llevan, no por eso pienso que la quieren me– nos que yo. Cada hijo la mima, la llama, la trata con dis– tintas palabras, distintas en calidad y en número. 82
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