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ro la más pura de las alegrías. Ella preconiza la fiesta de la Redención y asegura la realización de nuestras esperan– zas". Dios dijo en el paraíso a la serpiente: "Pondré ene– mistades entre ti y la mujer, entre su descendencia y la tu- ya... ". Su nacimiento inicia otra vez el calor del abrazo y la amistad con Dios, tan limpio como el día en que pensó y creó al hombre y a los astros, en la primera creación. Gracias a esta mujer, poema vivo de vida y pureza, se convierte el mundo en valle de esperanza. María es esencialmente referencia maternal en el orden divino y humano para millones de creyentes. Toda ella dice rela– ción a Cristo. Sobre su alma y su cuerpo se posó el Espíri– tu Santo y la hizo esbozo de Jesús. El mejor artista hace un bosquejo de su mejor obra. María es un esbozo de Je- ,sús, expresión viva y natural de belleza. San Agustín la denomina "forma y molde de Dios". Si a Dios le temblaron las manos al modelar el barro con que hizo el primer hombre, porque veía a su Hijo na– cer en el tiempo de aquella masa, en el nacimiento de Ma– ría 'las manos de Dios fueron, si cabe más generosas y ma– ternales. ¡ Y tan absolutas cuanto de belleza y amor caben en una criatura! Ella lo mismo que Cristo se enraiza en el misterio de Dios. Y nos es dificil balbucear todo lo grande y sobrena– tural de su ser, la amplitud y gracias que Dios le concedió y cuanto de la riqueza de sus dones puede autocomunicar a los hombres. "Dios es mayor que nuestro corazón". (I Juan, 3,20). Su oficio eterno es amar. Y no tenemos palabras para explicar el amor que puso en el nacimiento de María. Sería una presunción. Y aún el corazón de hombre es pe– queño para agradecer: "Dispénsame lo poco que te digo 76
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